Hace muchos años le dije a alguien delante de un póster que anunciaba la San Silvestre salmantina: «Este año corro yo esa carrera». Quien me acompañaba se mofó de mis palabras porque, aunque yo estaba en buena forma física, nunca había salido a correr. Hay que entender, además, que en aquellos momentos en provincias como Salamanca había cuatro runners contados, y os podéis imaginar que correr de forma amateur era cosa de unos locos raros, en absoluto algo mayoritario como lo es ahora.
Aunque me duela, debo reconocer que, efectivamente, no corrí esa San Silvestre. Ni tampoco la siguiente. Pero a la tercera fue la vencida, y un diciembre de hace ya muchos años corrí mi primera carrera. Mi objetivo, como el todos los que empiezan a correr, era llegar a la meta sin morirme en el camino. Así de simple. No sabía nada de ritmos, de tiempos, de zapatillas para corredores neutros, pronadores o supinadores… Solo correr. Ese día llegué a la meta y sentí una alegría inmensa, porque la misma persona que apenas aguantaba quince minutos corriendo en su primer entrenamiento de pronto había cubierto diez kilómetros unos meses después. No tengo ni idea de en qué posición terminé (es que ni me lo planteaba), solo sé que cuando entré por el arco de meta me sentí orgulloso de mí mismo.
Otros retos que vinieron después también han sido muy satisfactorios, claro, porque han supuesto nuevas metas: correr más rápido, correr más distancia, acabar medio cojo un maratón… pero lo cierto es que nada comparable a la sensación de la primera vez.
Ahora me planteo las cosas de otra forma (será que me hago mayor) y los retos tienen que ver más con vivir nuevas experiencias que con mejorar marcas. Por ejemplo, he descubierto el trail de montaña, y me encanta. No es la dureza de las pruebas lo que me gusta, sino tener que reconfigurar mi cuerpo y mi cabeza para correr en un entorno radicalmente distinto al asfalto.
Las motivaciones y las satisfacciones me llevan de nuevo a haceros (a hacerme) la pregunta inicial de este texto: Y tú, ¿por qué corres?
Por qué corren algunas personas
El exitoso escritor japonés Haruki Murakami (corredor de ultramaratones) tiene un delicioso ensayo que se titula De qué hablo cuando hablo de correr. Al comienzo del libro explica que le impactó una frase que escuchó a un corredor, y que venía a decir algo así como que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. (Pain is inevitable. Suffering is optional). No sé si esta idea fue su motivación para empezar correr, si es precisamente el autocontrol la gasolina con la que llenó por primera vez su motor de corredor.
Otras personas corren por una buena causa. Subliman su pasión por el deporte por la ilusión de hacer algo bueno por los demás. Ya os conté en otra entrada del blog el caso de José María, un padre heroico que corrió la maratón de Sevilla empujando el carro de sus hijos, afectado de una enfermedad rara llamada Síndrome de Duchenne.
En mi caso, todo es más simple (o quizá más complejo). Corro para expulsar los demonios. Y a mí, como a Murakami, me parece que al menos en su efecto terapéutico eso de la escritura y el correr son primas hermanas porque yo, ya lo sabéis, de vez en cuando escribo para no odiar.
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2 comentarios
¡Hola Juan!
Antes de nada, decirte que ya me has ganado con esa referencia a Murakami (friki total como siempre)
Yo no me he atrevido todavía a correr, aunque me llama mucho, pero sí practico deporte y creo que la sensación es la misma. Lo bueno que tiene, creo, es que el dolor es un tanto placentero, o a mí al menos así me lo parece.
Eso son las endorfinas