Hace unos meses aparecieron sobres con dinero en los buzones y debajo de las puertas de algunos habitantes de un pueblo de Palencia. Dentro de cada sobre, junto a un billete de 50 euros, una nota con una frase bonita y un corazón dibujado.
Que yo sepa, ha transcurrido el tiempo y nadie sabe quién ha sido el benefactor o benefactora, ni tampoco el criterio que siguió en su día esta especie de Robin Hood castellano para entregar los sobres a unos vecinos sí y a otros no. Lo cierto es que los billetes eran legales y nada impidió que los agraciados se lo gastaran en lo que les viniera en gana.
He fantaseado muchas veces —quién no lo ha hecho— con todo lo que yo haría si dispusiese de una indecente cantidad de dinero. Después de las ensoñaciones con la oportuna orgía de dispendios —no creáis, me costó lo mío, soy pobre hasta para soñar…— llegó el momento de pensar en los demás: mi familia, mis amigos, mi barrio, mi ciudad… ¿A quién podría ayudar, a quién podría ilusionar y, muy relevante también, cómo?
Pero, ahora que está cercana la Navidad, quiero volver a la Tierra para haceros caer en la cuenta de lo que está detrás de un regalo, de un obsequio, de un detalle.
Recuerdo de mi infancia que mis hermanos y yo organizamos durante un tiempo, siendo bastante niños, unos Reyes Magos alternativos.
He fantaseado muchas veces —quién no lo ha hecho— con todo lo que yo haría si dispusiese de una indecente cantidad de dinero Clic para tuitearEstos Reyes Magos alternativos consistían en que debíamos comprar regalos a nuestros padres, tíos y abuelos —hasta aquí nada original—, pero solo y exclusivamente con nuestro dinero —nuestra paga— y siempre sin sobrepasar una cantidad, bastante pequeña, por otro lado, dado que teníamos poco.
La gracia estaba —mi tío me lo enseñó— en que en la acción de regalar siempre debíamos ponernos en el lugar del regalado, y nos forzaba a pensar en qué le podía hacer ilusión al otro, qué podría llegarle dentro. Comprenderéis que en este concepto no cabían las impersonales tarjetas regalo ni nada que no nos obligara a arrancar una sonrisa a quien regalábamos por lo original, atinado y/o creativo del obsequio.
Si, encima, nuestro regalos se rodeaban de un halo de misterio, si nuestros regalos eran algo insospechado, la magia de los Reyes Magos alternativos se multiplicaba por mil.
Ahora, ya adulto, me he propuesto hacer algunos regalos —nada extraordinario— a personas que no se lo esperen. Probadlo vosotros y contádmelo después. Dejad, como en ese pueblo de Palencia, un sobre por debajo de la puerta, una nota, un dibujo, un regalo inesperado.
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