Tengo una ilusión: escribir algún día en The New Yorker.
Intuyo que no es un deseo exclusivo: supongo que cualquier periodista y/o escritor o escritora (algún día tendríamos que volver a discutir la delgada línea que separaba ambas profesiones, porque desde mi punto de vista hace tiempo que dejó de ser delgada) desearía ver sus textos publicados en la revista que ha sido y es el icono de la modernidad urbanita/cosmopolita desde comienzos del siglo XX.
The New Yorker publica desde 1925 crónica social, crítica cultural, comentarios políticos, reportajes de investigación de actualidad o ciencia y tecnología, por mencionar alguno de sus contenidos. Junto con el interés y la calidad de sus artículos periodísticos, hay dos peculiaridades que hacen de The New Yorker un magacín envidiable: sus ilustraciones y sus viñetas y, especialmente, la publicación de relatos cortos de los mejores y más reconocidos escritores y escritoras.
La nómina de autoras y autores que han escrito para el New Yorker es espectacular: Roal Dahl, Truman Capote, John Cheever, Susan Sontag, J.D. Salinger (ya os he contado aquí antes algo sobre Salinger), Alice Munro o la recientemente desparecida Nadine Gordimer.

the new yorker cover
Desde el punto de vista periodístico, The New Yorker cuenta en su plantilla con la figura de un ‘verificador‘, que tiene como misión analizar cada uno de los datos que serán publicados, con el fin de no cometer errores o publicar informaciones falsas, asegurando así una información más fiable y de mayor calidad.
Sí, yo también estoy pensando eso: igualito que en la prensa española.
Pues ahí sigo yo. Aferrado a mi ilusión de escribir, algún día, en el The New Yorker.