El planteamiento inicial de The Fades me parece atractivo por original: muertos que conviven con los vivos pero que no interactúan, que no se molestan entre ellos porque están en planos distintos. Simplemente vagan sin rumbo, en una suerte de maldición que les impide “ascender” (así lo llaman en la serie), pasar de una vez por todas a otra dimensión. Claro que, desde el punto de vista narrativo, en algún momento esta convivencia pacífica necesariamente tiene que alterarse, debe suceder algo que destape la esencia dramática. Y aquí es donde, desde mi punto de vista, The Fades empieza a pinchar, porque esa potencial originalidad se arruina con cómo se desarrolla la trama principal: los muertos se cansan de corretear por los tejados y comienzan a comerse vivos para ser corpóreos, para poder interactuar con el mundo real al que, de todas formas, conducen inexorablemente a su fin.
Y así, de pronto (y es la primera de las decisiones de guion que no se justifican suficientemente), un muerto más curioso que los demás entiende que no es “vida” eso de deambular esperando a que se abra el cielo para poder, de una vez por todas, finalizar su paso por este valle de lágrimas.
Los fades no son las primeras criaturas que quieren exterminarnos. En nuestra memoria audiovisual tenemos infinidad de muertos que “cambian cromos” con los vivos: zombies, fantasmas, vampiros, criaturas medio humanas medio animales… Todos ellos tienen en su naturaleza o entre sus fines hacer daño a los humanos, nos necesitan para perpetuarse, cumplir sus objetivos o, simplemente, para erradicarnos de la faz de la tierra. The Fades toma un poco de todas estas tradiciones (junto con otras influencias que ahora reseñaré) y las mezcla en la licuadora para obtener un pastiche difícil de digerir, con notables lagunas argumentales.
¿Sabes cuando notas que algo no encaja?
La primera duda que le surge al espectador es qué es exactamente lo que está viendo. Sí, sí, el género está muy claro: un híbrido de drama/terror sobrenatural. La estética gótica (excelentemente conseguida, por cierto) también ayuda a entender desde el comienzo que estamos ante algo que nos va a asustar. Lo que quiero decir es que no acaba de quedar resuelto a lo largo de los seis capítulos si hablamos de una serie para adolescentes o es un producto para adultos.
Esto es lo primero que no encaja.
Por un lado, los protagonistas de la serie y su pandilla son adolescentes con los problemas y preocupaciones (básicamente onanistas) de los adolescentes. Pero a su vez hay sexo adulto y problemas adultos que empastan mal con ese bendito desasosiego prejuvenil, asuntos “de mayores” que funcionan en paralelo, quizá con la idea de ofrecer diferentes lecturas a un público de amplio espectro. Al final lo que hay son simplificaciones y lugares comunes que no mezclan.
Un ejemplo de esta extraña mezcolanza generacional es Mac, el amigo de Paul, su Sancho Panza, su fiel escudero. El chaval es un friki (ambos lo son) que con apenas 17 años maneja continuamente (a veces hasta la extenuación) iconos de los años 80 que, obviamente, no pudo vivir. De la misma forma, algunos recursos estéticos y narrativos recuerdan sospechosamente a la película Ghost (¿os acordáis de las luces que se llevan las almas o los muertos que quedan atrapados en este mundo?, ¿recordáis las escenas en las que Patrick Swayze muerto habla con Demi Moore a través de una médium interpretada por Whoopi Goldberg?).
Un buen amigo mío, guionista de televisión, me contó en una ocasión que habían llegado a un pacto todos los guionistas de su programa para dejar de hacer chistes sobre Naranjito, Chanquete o Verano azul. Esas referencias audiovisuales pertenecen a la generación que ahora tiene treinta cuarenta años (glup), pero están fuera de los parámetros de los jóvenes consumidores de productos audiovisuales. Pues eso.
El tercer asunto que no encaja en The Fades es su objetivo principal.
No soy ningún talibán cultural. Quiero decir con esto que, como cualquier consumidor, a veces elijo productos que a priori sé que son un simple entretenimiento, sin ansia alguna de profundidad. Y desde este punto de vista muchos de esos productos son honestos en sus presupuestos. Un buen ejemplo es The Walking Dead. Aquí el asunto es muy claro: todo está jodido, vamos a morir todos, hay bichos muy malos que acaban con la vida, y hay unos héroes que tratan de salvar lo que quede. Y punto. Si The Fades fuera eso, me valdría: un adolescente con poderes se enfrenta al Mal. Ok. Pero no. El chico casi lo fastidia todo porque tiene problemas morales para matar a los bichos que, por otro lado, ya están muertos.
La endeblez de los personajes
En una crítica anterior os hablaba de la riqueza de los personajes en la miniserie Generation Kill. En The Fades hay tres tipos de personajes: humanos, angélicos (humanos que pueden ver a los espíritus y, en algún caso, tienen poderes) y los fades.
Los humanos son personajes que de alguna forma se relacionan con Paul en su vida diaria: familia, profesores, terapeuta, su novia… Excepto su amigo Mac y quizá su desaprovechada hermana gemela, el resto de humanos son de una necedad asustante. Se lleva la palma para mí su profesor, Mark, que está envuelto en una de las subtramas (adulta) de la serie. Él y la novia de Paul, Jay, se me hacen, en ocasiones, ridículos.
Los angélicos son personas que pueden ver a los espíritus que no han podido ascender. Hay unos cuantos, casi todos ellos secundarios con muy poca chicha. Los agujeros argumentales aquí son cráteres. No se justifica de dónde salen ni cómo se conocen; no se explica qué hubo antes o cómo han logrado obtener toda la información sobre las criaturas que comparten con Paul.
Además del protagonista, (interpretado por Iain De Caestecker, un actor al que habrá que seguir), tiene relevancia entre los angélicos Neil. Neil es una especie de mentor para Paul, el que le hace saber que tiene una misión. Es un personaje antipático para el espectador, la verdad. A veces vive situaciones un tanto estúpidas, como lo que sucede en el primer capítulo, cuando se conocen. Imaginad: un montón de zombis/fades persiguiéndolos. Paul ha perdido a sus amigos y ha descubierto que es especial. Y al tipo no se le ocurre otra cosa que decirle al chaval que “aprenda yoga”. Y por fin Sara, interpretada por Natalie Dormer (Los Tudor, Juego de Tronos) es uno de los personajes más interesantes para mí. Es hermosa y complicada, y sus acciones sí están permanentemente motivadas.
En cuanto a los fades, el jefe de la banda es John, un combatiente muerto en 1932 que comprobó cómo todo su mundo se desmoronaba y él seguía atrapado en ese limbo indiferente. Es el que descubre cómo renacer a la vida. Tiene mucho odio acumulado. Con más desarrollo, también podría haber dado mucho juego.
El final de la primera temporada (tranquilos, no lo voy a revelar) queda abierto, poniendo en bandeja a la productora una segunda temporada. Sin embargo, BBC Three manifestó en su día que no habría, de momento, una continuación. Puede que por los bajos índice de audiencia.
O puede que, simplemente, a ellos tampoco les encajaran algunas cosas.
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