Para todo el mundo es extraño. Y lo entiendo. Les miro a la cara y veo en sus ojos la pregunta que nadie se atreve a decir en voz alta: “¿Qué hace un cura en un viaje de placer en un tren de lujo?”.
Ayer fumé con Dani, uno de los camareros del tren. Y hoy también. Me gusta ese chico. Está metido en cosas turbias, pero tiene buen fondo. Me ha jurado que solo pasa hierba. He fingido creerle. No soy nadie para juzgar a los demás. Dani me cuela en el cuarto del personal a primera hora y damos unas caladas, y de paso hablamos de cosas de aquí y de allá.
Cuando fumo, disminuyen los temblores. También dejo por un tiempo de carraspear. Es molesto para los demás que alguien se aclare cada pocos minutos la garganta, como si tuviera algo atravesado eternamente en la tráquea. Otros síntomas son más difíciles de ocultar. Pero fumar… la verdad es que fumar me alivia.
Irene es la única que se atreve a observarme directamente. No creo que lo haga para ofenderme. Su rostro refleja un tedio infinito. A veces exagero los tics cuando noto que ella me mira entre los ramos de minutisas que colocan cada mañana en el vagón restaurante. La primera vez da un respingo, pero luego se acostumbra.
Dentro de un rato voy a jugar al ajedrez con Ricardo Goicoechea-Lumbreras. A media tarde llegaremos a Luarca. Por cierto, me llamo José Delgado.
Este personaje aparece en mi última novela! ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, suscríbete!
Fotografía: Lionello DelPiccolo