Una mujer de unos 40 años viaja en tren. Una joven simpática se dirige a ella (la mujer es una directora de cine reconocida) y entablan una conversación. Le dice que la admira, que es su referente, que es una guionista novel y que le encantaría trabajar con ella. La mujer se siente halagada, orgullosa, hasta rejuvenece ante el empuje y la frescura de la chica.
Avanza la serie y comienza a tejerse la tupida maraña de la obsesión. De las obsesiones, en realidad, porque se entrecruzan varias, cada cual más peligrosa que la anterior. Ahora es la mujer la que se obsesiona con la joven: con su creatividad, su descaro, hasta con el cuerpo sensual de la chica que ella ya no tiene.
Esto va de nuestras obsesiones con otras personas; y las de otras personas con nosotros.