Una de las cosas que más me gustaba de pasar el fin de semana con mi abuela Marga era enhebrarle la aguja.
A mi abuela, como probablemente a todas las abuelas de una generación, le encantaba coser. Hacía verdaderas obras de arte. Y si era su nieto el que le ayudaba a introducir el hilo por el ojo de la aguja, pues claro, todo salía mejor.