Hace una barbaridad de años —yo era apenas un proyecto de adolescente— mi madre me trajo de Londres un chándal que había comprado para mí en Harrods. Suena megapiji y fashion, pero nada más lejos de la realidad: con los años, supe de las penurias que sufrieron mis padres para que mi madre pasara un mes en Inglaterra haciendo un curso que, creían, la ayudaría a prosperar en su trabajo.
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