«La felicidad es algo contagioso; la infelicidad y el malestar, también»
José Antonio Muñiz Velázquez (Sanlúcar de Barrameda, 1974) es profesor y director del Departamento de Comunicación y Educación en la Universidad Loyola Andalucía. Es licenciado en Publicidad y en Psicología. Trabajó como creativo publicitario. Se pirra por un buen anuncio de televisión o una buena campaña impresa. Y aunque parezca un imposible, afirma que la Publicidad, así, con mayúscula, puede ayudarnos a ser más felices. Desde hace unos años trabaja investigando sobre comunicación positiva y la felicidad, y ese trabajo acaba de dar fruto en forma de libro: un manual en inglés en el que participan más de 90 expertos y expertas mundiales en felicidad y comunicación positiva.
—¿Cuál es la fórmula de la felicidad? Porque algo tendrá que haber que nos ayude a alcanzarla…
La felicidad no es algo que se alcanza, como si estuviera lejos, en una isla desierta y remota y necesitáramos una nave y una brújula especiales para llegar.
—Pues empezamos bien la entrevista.
La felicidad no es Utopía, aquella isla donde Tomás Moro dibujó una sociedad plena y feliz de ciudadanos plenos y felices. La felicidad no se alcanza, por tanto, se ejercita, se practica, se entrena. Y claro, como todo entrenamiento, requiere esfuerzo, algo a lo que no todos estamos dispuestos. Por eso muchas veces el esplín, el lamento, la pose huraña y quejumbrosa es más atractiva, porque es más fácil, más cómoda.
¿Una fórmula? Una no, muchas. Son muchas las fórmulas o ejercicios que podemos practicar cada día para desarrollar ese bienestar subjetivo y psicológico en nuestro interior.
—Concreta, concreta.
Una de ellas, del propio Tomás Moro al que citaba antes, es muy sencilla, y se resume en que para ser felices solo necesitamos tres cosas: una, serenidad para aceptar aquello que no podemos cambiar; dos, valor para cambiar lo que sí podemos cambiar; y tres, sabiduría para discernir bien lo uno de lo otro. Mucha infelicidad proviene precisamente de eso, de no discernir bien qué podemos cambiar y qué no, de nosotros mismos y de nuestro entorno. Y claro, así nos va…
—¿Qué tiene que ver la comunicación positiva con la felicidad?
La felicidad es algo contagioso; la infelicidad y el malestar, también. Y la manera de contagiarnos que tenemos los seres humanos de lo uno y lo otro es la comunicación. No podemos no comunicar, decía Paul Watzlawick, tanto lo bueno como lo malo. La comunicación positiva es, por tanto, aquella que contagia en los demás, también en nosotros mismos como emisores, felicidad, bienestar, dicha, crecimiento, plenitud, por pequeña que sea la dosis de todo ello. Otra definición, esta de unos colegas americanos: comunicación positiva es toda aquella comunicación de la que estarías orgulloso ante tus hijos. Me encanta.
—¿Y la ciencia? ¿Puede la ciencia hacer algo bueno con nuestra felicidad? Porque a veces parece que es solo una cuestión de actitud o de personalidad de cada uno.
La ciencia no es perfecta, pero es la vía de conocimiento más pulcra que tenemos los seres humanos. Queda mucho por saber sobre la felicidad humana, a pesar de que desde siglos viene siendo foco de preocupación desde casi todas las disciplinas. No obstante, hoy la ciencia nos dice qué nos ayuda y qué no para ser más felices, para hacernos más felices a nosotros mismos y a los demás, más felices de verdad, y no con espejismos. Hoy la ciencia nos dice, también, que ambas cosas, la felicidad de los demás y la nuestra, son dos entidades hermanas, siamesas, inseparables.
Es la ciencia la que además nos permite separar el grano de la paja. Desde la última crisis de valores, la felicidad ha sufrido un boom mediático y social tremendo, se hizo algo mainstream. Y claro, entró mucho humo en la sala, y mucho charlatán que a modo del crecepelo decimonónico vendía crecefelicidad. Como todo lo que se mercantiliza en exceso, se pervierte, se vulgariza, y pierde la verdad. Pero repito, para eso está la ciencia, y su divulgación seria y rigurosa, para discernir el humo de la luz.
Comunicación y felicidad
—Los medios de comunicación son malos, los medios de comunicación son malos (ahí va un mantra muy antiguo).
Los medios son medios, lo que es bueno o malo son los fines con los que se usan dichos medios. Esa es mi opinión. Como toda herramienta humana, puede servir para lo mejor y para lo peor. Un cuchillo sirve para cortar comida y sobrevivir, pero también para matar; un bolígrafo, para crear poesía o para escupir injurias; un móvil, para decirle “te amo” a la persona que amas, o para hundirle la vida a un compañero de instituto ejerciendo ciberbullying.
—Las redes sociales son malas, las redes sociales son malas (este mantra es más moderno).
Con las redes, lo mismo. Hay inercias perversas, nauseabundas, pero también florecimiento, belleza. El neto estará aún por ver, pero si ponemos también el foco en que podemos hacer cosas preciosas por y para la felicidad y el bienestar de todos desde y con las redes sociales digitales, podremos lograr un mínimo equilibrio. Entrañan peligros, por supuesto, como casi todo lo que merece la pena en la vida, pero también nos pueden ayudar a mejorar un poquito el mundo, siempre que dispongamos de unos mínimos recursos intelectuales, cognitivos y emocionales, y ojo, también éticos. Porque la felicidad también va de ética, de virtud. De hecho, vete tú a saber si felicidad y virtud no son realmente lo mismo…
—Vale, lo acepto todo. Pero no me digas que la publicidad también puede hacernos más felices.
Pues siento decepcionarte, pero sí. También la publicidad puede ayudar a eso. Hay una directora creativa relevante de este país que viene a decir que publicite lo que publicite siempre coge la campaña como excusa para transmitir valores positivos a los consumidores.
Ni mucho menos la publicidad de hoy te dice “consume, consume, consume como un loco y pasa de todo y de todos”. Consumir, en su justa medida es necesario para una vida en sociedad digamos normal. Ese punto lo dejamos aparte. La publicidad (comercial) siempre quiere vender, vale, provocar determinados comportamientos, pero también va a transmitir valores. Buenos, malos, regulares, pero siempre van a estar ahí.
De unos años para acá, lo cierto es que la publicidad empieza a educarnos también en felicidad, enseñándonos valores, comportamientos, maneras de pensar, acordes con una felicidad y un bienestar sustentado en virtudes, en fortalezas humanas. No tenemos más que darnos una vuelta por las campañas más exitosas de los últimos años, aquí en España y fuera. Piensa en la multitud de marcas que usan su publicidad para, además de obviamente vender a medio o largo plazo sus productos, para concienciar a la sociedad en torno a la igualdad de género, por ejemplo, o el empoderamiento de la mujer, etc. Te doy un dato: en no pocos festivales internacionales de publicidad verás una categoría de premios nueva, el premio a la mejor campaña que lucha contra el techo de cristal de las mujeres.
—Eres el editor de un manual de reciente publicación sobre comunicación positiva, felicidad y cambio social con la afamada editorial Routledge. En ese libro participan más de noventa investigadores e investigadoras de cuarenta universidades de los cinco continentes. Eso es mucha gente investigando sobre comunicación y felicidad.
Cuando uno se pone a investigar un tema, de lo primero que se da cuenta es de la cantidad de gente que hay en el mundo preocupada por lo mismo. Cuando montamos el Congreso de Comunicación Positiva en Loyola, allá por marzo de 2015, fuimos conscientes del poder transformador que podríamos tener todos juntos, si uníamos esfuerzos. Por supuesto que hay que investigar los peligros y lo negativo de una comunicación humana, en todos sus frentes, tremendamente poderosa. Pero también se hace necesario observar lo positivo, las posibilidades de mejorar el mundo que tiene. Porque entre otras premisas tenemos aquella que dice que la mirada del observador puede cambiar la naturaleza de lo observado; esto es, si ponemos el foco en el lado positivo de la comunicación, quién sabe si no podemos agrandar ese lado en detrimento del otro.
Tras aquel congreso nos dijimos que esa unión de gente y sensibilidades tan diversa en todos los sentidos, pero preocupadas científicamente por lo mismo, tenía que quedar patente, tangible y de manera perdurable en algún sitio. Y qué mejor sitio que un libro, ese otro artefacto de comunicación humana absoluta y mágicamente transformador. Y llamamos a la puerta de una de las mejores editoriales del mundo. Y para nuestra sorpresa, nos la abrieron, nos invitaron a pasar, y nos dijeron “adelante, contad con nosotros”. Y nos pusimos a trabajar. Meses más tarde cumplimos nuestro sueño.
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