Este año está siendo especialmente lluvioso. Demasiada lluvia. O eso me está pareciendo a mí. Lo cierto es que mi sensación no está respaldada con ningún dato científico. Un año lluvioso. Ya está.
Con la lluvia me pasa que a veces me parece un fenómeno natural de extrema belleza y otras siento que tiene mejor prensa de la que merece.
Ya sabéis: gotas de lluvia en el cristal; el pelo mojado; el arcoíris borroso en la lejanía; una tormenta golpeando las olas del mar; los brazos abiertos mirando al cielo, dejándote empapar; petricor; los niños saltando en los charcos; un café caliente y mirar por la ventana.
Por contra: los calcetines mojados; el barro en las calles; imposible ver nada a través de las gafas; el frío en los huesos y los primeros estornudos; los nubarrones; los sumideros desbordados; el tráfico excitado; los días grises y sucios.
La tristeza.
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