Hace ya bastante tiempo que aprendí a deshacerme de las expectativas y a centrarme en los propósitos. Entendí, como dicen en Andalucía, que no hay que «echar cuentas» a posibilidades futuras más o menos reales, más o menos ficticias.
No esperar nada, no anhelar nada, te da una tranquilidad colosal.