Desde los 13 años me rondaba en la cabeza la idea de ser periodista. No recuerdo cuál fue la chispa que encendió la mecha, pero tengo muy clara la imagen de lo que en aquel tiempo me parecía el futuro profesional soñado: una redacción de periódico, un «paren las máquinas» ante una noticia inesperada, un escándalo destapado que ayudara a consolidar nuestra democracia.
Un porrón de años después los periódicos en papel están en extinción, las redacciones no son lo que eran —a veces no hay ni redacción, al menos entendida como un único espacio físico—, las redes sociales hacen innecesario parar ninguna edición porque las noticias inesperadas se conocen casi al instante y hace mucho mucho tiempo que un escándalo publicado por cualquier medio apenas provoca que los políticos se despeinen.