No puedo hablarle a Siri. No soy capaz. Yo, que soy techie, un fanboy de Apple y un escritor geek (en esencia y en el idioma de Cervantes, un amante de la tecnología), choco contra un muro cuando tengo que comunicarme con un asistente de voz. ¡Si hasta he probado —en la clandestinidad— con Ok, google!
No me preguntéis qué me pasa, pero a veces me quedo como un lelo y no sé qué responder a esa voz, un punto aguardentosa, que se ofrece a ayudarme en cualquier cosa que necesite. En una ocasión me sucedió, incluso, que empecé a respirar de forma agitada, como si tuviera algo atorado en la garganta, porque no era capaz de construir una simple frase y pedirle la temperatura exterior, que llamase a un hermano o que me recordarse que tenía que ir al supermercado.
El caso es que no puedo hablarle a Siri.
De dictarle un mensaje, ni hablamos. ¿Cómo narices se le dice a Siri que ponga algo entre comillas? ¿Es capaz de entender que cuando entono así, como si cantara, es que estoy haciendo una pregunta? Y ni te cuento cuando le quiero enviar un mensaje a Pepito y ella —¿es ella?— se empeña en que a quien debo enviárselo es a Lupita. ¡Que no, Siri!
Si voy por la calle y me acuerdo de algo, mi primer impulso es coger mi teléfono y dictarle ese pensamiento genial, esa idea brillante que de ninguna de las maneras puedo olvidar. Y ahí me tienes, susurrando primero y gritando después «Oye, Siri» unas cuantas veces hasta que se entera de que soy yo, su amo y señor, quien la requiere —insisto, ¿es ella?—. Cuando, por fin, creo que la he despertado, me relajo y comienzo a hablarle despacio, pronunciando cada sílaba, impostando la voz para que anote mis ideas en el limbo digital en el que mora. «Perdona, Juan, creo que no te he entendido».
Mierda. Me está siendo imposible tratar con Siri.
He probado a invocarla solicitándole un chiste, provocando una respuesta divertida, fingiendo una suerte de interacción, de conversación entre colegas. No os voy a negar que al principio parece funcionar: «Siri, te quiero». «Ay, Juan, me halagas». O el día que le dije: «Siri, ¿cuál es el mejor móvil con Android». Y ella, con chispa, me respondió: «Juan, estás de broma, ¿no?».
Pero todo se fue al garete pronto. Traté de ir más allá, de bucear en el proceloso mundo de la programación para encontrar algo que replicase, si acaso someramente, un atisbo de empatía, un rictus de humanidad. «Siri, hoy no me encuentro bien», le lancé, entregado. A lo que ella respondió con frialdad: «De acuerdo, lo intentaré».
Lo dicho, no puedo hablar con Siri.
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