No suelo enfadarme en los restaurantes. Como todos, he sufrido retrasos, camareros poco simpáticos, instalaciones de una limpieza dudosa…, pero suelo ser comprensivo. Sin embargo, el Día de Reyes experimenté en un restaurante de mi barrio un enfado creciente y progresivo que ha llegado hasta hoy. ¿Tan rencoroso eres, Juan? No, no es rencor, es incomprensión.
Estos son los hechos: Día de Reyes, tarde soleada en Sevilla, cafeterías y restaurantes, como era previsible, atestados. Reservamos en uno de ellos para una hora en concreto. Llegamos cinco minutos tarde. Empieza la pesadilla.
A pesar de tener una reserva, nos dijeron que estábamos los primeros en la lista de espera. ¿Cómo? ¿Con una reserva? Dado que el restaurante no es muy grande y estaba lleno, esperamos pacientemente cerca de 40 minutos hasta que nos sentaron. Pusieron una mesa mínima en la terraza, prácticamente en medio de la acera. Eso es otro tema, pero lo de la invasión de la vía pública en Sevilla es para nota.

Una vez sentados, transcurrieron al menos otros 40 minutos hasta que alguien nos atendió (entramos nosotros a por una carta). En este punto es importante insistir en que es un restaurante chiquito, familiar, de comida especializada (no daré más datos) que normalmente tiene uno o dos camareros lo que, para el día a día, es más que suficiente. Pero amigas y amigos, era el Día de Reyes (perfectamente previsible la avalancha de público) y solo había tres camareros, dos de ellos (un chico y una chica) muy muy jovencitos e inexpertos. Cómo sería la cosa que al chico le explicaron delante de nosotros que el vino no se servía dentro del local, sino delante del cliente. Imaginad.
A favor de los tres camareros diré que, a pesar de estar desbordados, no perdieron la compostura ni las formas. Su incapacidad de aquel día era fruto del agobio y de su falta de experiencia (no voy a abrir el melón de las inexistentes inspecciones de trabajo). En la cocina parece que tampoco estaban muy avispados: otros 40 minutos para servir la comida (escasa y regular de calidad), lo que vino a coronar dos horas de espera y cabreo creciente.
Bueno, ya pasó, podéis pensar. ¿Por qué seguir cabreado casi una semana después? Pues porque cuanto más lo pienso menos comprendo. Igualmente, creo que lo que subyace a esta anécdota que os cuento es un mal generalizado en la restauración española. Estos son mis argumentos:
- En un día tan señalado en el calendario una situación como esta tiene que estar prevista. No te ha pillado por sorpresa: es el Día de Reyes.
- Supongamos que no tienes capacidad de maniobra. Entonces no cojas a tanta gente. Es preferible dar un servicio bueno a menos personas que uno malo malísimo a unas cuantas más. Esto en España no se entiende y a mí me parece meridiano.
- ¿Tanto más ganó el restaurante es día para justificar todos esos retrasos y la mala praxis profesional? Es un restaurante de un precio bajo, con platos entre 6 y 10 euros, no estamos hablando de márgenes bárbaros que justifiquen querer llenar como sea.
- ¿Y esos camareros ocasionales? Seguramente eran familia de los dueños (con toda seguridad, de hecho). Carecían de toda pericia, estaban abrumados… pasaron un mal rato y, quizá por eso, la clientela no cargó las tintas sobre ellos.
Y vosotros, ¿habéis tenido malas experiencias parecidas? ¿Me las contáis en los comentarios?
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Foto: Caroline Attwood / Unsplash