Hace unos días alguien colgó en Facebook una fotografía de grupo en la que aparecía yo. Era una imagen del colegio, probablemente de 5º de E.G.B (sí, soy de la E.G.B., ¡ains!) más o menos del Paleolítico inferior. Una vez superado el trámite de encontrarme en esa fotografía y de tratar de reconocer al mayor número posible de compañeros (en esos momentos el colegio no era mixto), me asaltaron dos pensamientos inmediatos relacionados con la literatura y pensé: “Esto tengo que contarlo en el blog”.
La primera referencia que me vino a la memoria fue El pequeño Nicolás, esa maravillosa serie de libros escrita por Goscinny (sí, el de Astérix y Obélix) e ilustrados por Sempé. En esos libros Nicolás, un niño de 7 u 8 años, contaba en primera persona las ingenuas pero divertidas peripecias de un niño travieso en el colegio. Una de ellas la recuerdo con nitidez: el día que un fotógrafo fue al colegio y trató de hacer una fotografía de grupo.
Llamazares abre una caja con fotografías de su infancia y juventud y cuenta la historia que hay detrás de ellas Clic para tuitearSi mi primera referencia era de la niñez (El pequeño Nicolás lo leí siendo un crío) la segunda pertenece a mi vida adulta. Se trata de Escenas de cine mudo, de Julio Llamazares.
He de decir que el caso de este escritor es, desde mi punto de vista, bastante curioso. Creo que ha escrito una de las obras más bellas de la literatura contemporánea en español (La lluvia amarilla) y algunos buenos libros en su primera época como narrador (Luna de lobos, por ejemplo). Es de las pocas personas de las que guardo un autógrafo (no soy nada fetichista). Sin embargo, a partir de un determinado momento de su vida, Llamazares “se seca”, pierde la magia, se acabó, finito. Sí, sigue escribiendo con honestidad, eso no lo discuto, pero se le apagó la luz que tuvo en sus orígenes.
Bien, pues en Escenas de cine mudo Llamazares hace un ejercicio narrativo muy interesante y atractivo para mí: abre una caja con fotografías de su infancia y juventud y cuenta la historia que hay detrás de ellas. Es difícil precisar qué hace él (qué hacemos todos) con nuestro pasado cuando lo reconstruimos. Muy probablemente adornemos un instante de nuestras vidas con detalles que jamás sucedieron, que retorzamos la historia, quizá involuntariamente, para hacerla más atractiva, más fácil de enlatar y recuperar en una comida con amigos.
No me importa demasiado si el resultado es, al menos, tan bello como el de Escenas de cine mudo.
P.D.: la foto que ilustra esta entrada la he obtenido de Internet, así que no me busquéis en ella.
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