Me gusta la Navidad. Siempre ha sido así. Y me gusta a pesar de todo, como ya os contaba en el blog en unas navidades pasadas, más alegres para mí que estas. De verdad que me gusta la Navidad.
Os pasará, estoy seguro, que en Navidad es más evidente el vacío, el hueco de quienes nos faltan, de aquellos a quienes perdimos. Es, además, un vacío pesado, plomizo, que te arrastra a la melancolía, a la frustración, no pocas veces a la incomprensión y a la rabia. Un vacío que nunca jamás se llena.
A mí me sucede —no sé si a vosotros también— que me alivia saber que muchas veces las navidades fueron para ellos, para los que no están, motivo también de alegría, y que tuvieron la generosidad de transmitírnosla, incluso cuando ellos también cargaban con sus pérdidas, a pesar de lidiar con sus propios vacíos.
Así que estos días voy a hacer de tripas corazón, y aunque tenga que forzar una sonrisa algún minuto, no pienso ceder, no voy a abandonarme al dolor de la pérdida. Porque, además, no los he perdido: están siempre en mi memoria.
Feliz Navidad.
Foto: Markus Spiske