Ahora que muchas personas me han dicho que ya han leído Hoy no puedo, me apetece comentar algunos aspectos de los relatos del libro. Al menos creo que es interesante poder compartir aquí con todos vosotros de dónde surgieron algunas ideas y qué intención tenía yo al escribirlo. SI AÚN NO HABÉIS LEIDO ESTE RELATO («El miedo no existe») ES MEJOR QUE NO SIGÁIS LEYENDO ESTA ENTRADA. Si lo habéis leído, os invito a participar con vuestros comentarios.
«El miedo no existe» es el relato más largo del libro (exactamente 6.562 palabras). A pesar de su extensión, lo escribí relativamente rápido porque partía de una idea muy concreta y, especialmente, porque tenía muy claro el espacio en el que quería que se desarrollase la acción.
Vayamos por partes.
Hace algún tiempo pedí a mis contactos de Facebook que me contasen a qué le tenían miedo. De sus respuestas deduje que los seres humanos tenemos miedos compartidos, pertenecientes a cuatro o cinco categorías, algunos muy lógicos y otros bastante absurdos. Por supuesto, casi todos hemos sentido el miedo a lo desconocido, a lo incontrolado. El miedo a la oscuridad es, en realidad, una metáfora: tenemos miedo a lo que no vemos físicamente, pero también a la incertidumbre, que no es más que un tipo de oscuridad.
De este contexto surgió la idea de un personaje que afirmase no tener miedo a nada. Y de hecho, el personaje principal del relato es realmente valiente (Ella no tiene nombre para no personalizar el valor, como homenaje a todas las mujeres valientes). En el relato aparecen la mayoría de las “amenazas” corrientes y Ella las afronta con arrojo: inclemencias climatológicas, enfermedad, animales muertos, lugares oscuros y solitarios, ruidos perturbadores… Hay que recordar que Ella hace una apuesta con su exnovio por la que tiene que pasar una semana en una vieja casona rural, sin electricidad y alejada de las comodidades diarias. Y aquí entra en juego el espacio en el que se desarrolla la historia, que a mí me parecía trascendente para transmitir las sensaciones que yo pretendía.
El lugar donde se desarrolla la historia es una aldea con pocos habitantes, que exceptuando los meses de verano queda casi vacía. La casona es, en realidad, la vivienda de un indiano que a su regreso a España después de hacer fortuna en América se construyó una especie de palacete con su capilla incluida. Me inspiré en un pazo gallego precioso de la provincia de Lugo en el que estuve hace años, conocido como La casa grande de Rosende. La idea de la disposición de los edificios y parte de la capilla está inspirada en ese lugar, que os invito a visitar. Está enclavado próximo a los cañones del Sil, y de ahí también surge la idea del barquero.
Precisamente el hijo de Samuel, el barquero, es un personaje extraño y contradictorio (y, por tanto, temible). Huraño y protector, flaco pero fuerte, duro pero traumatizado por un padre odioso. Su participación en los “hechos” es muy clara a veces… y otras no tanto.
Y por último, hay que hablar de Él, el exnovio de Ella, un personaje que apenas aparece pero que está presente prácticamente en todo el relato, con quien Ella hace esa apuesta algo pueril. Es un prototipo de personaje protector, que no entiende la fortaleza de su expareja, y que hasta el final siente una necesidad de protegerla cuando (Ella lo dice en alguna ocasión) no está buscando un protector.
Y el final… ¿qué ocurre al final? Ya hablé sobre los finales de los relatos en otra entrada: El miedo no existe. ¿Qué creéis vosotros y vosotras que pasa? ¡Haced vuestros comentarios!
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