Cierra por un momento los ojos. Te propongo un juego. ¿Ya? Voy a decirte algo. No tienes que pensar mucho, solo rastrea entre tus recuerdos, remueve tus emociones, busca una o dos palabras que describan qué te sugiere esta expresión: «casas vacías». ¿Lo tienes? ¿Qué has imaginado?
Quizá hayas pensado en la idea de soledad o de abandono. Es probable que te haya sugerido privación, pobreza, desnudez… A mí, sin embargo, la imagen de una casa vacía me resulta inquietante. Esa es la palabra: inquietante. No es exactamente miedo, es desasosiego. No me molesta: me turba, me altera.
Siete casas vacías son los siete relatos que componen un magnífico libro de cuentos publicado por Páginas de Espuma de la escritora argentina Samanta Schweblin. Curiosamente, en ninguno de los siete relatos aparece en realidad una casa vacía. No una real, al menos. Es más un vacío simbólico, una ausencia que flota en todas las historias, que rellena los huecos como quien rellena con pasta los agujeros de una ventana desvencijada. Quizá pueda parecer algo fútil, pero en realidad es lo sustancial: lo que de verdad tiene trascendencia es la atmósfera, a veces más que la propia historia.
Samanta Schweblin nos mantiene en vilo en cada narración más por lo que imaginamos que por lo que sucede. En Nada de todo esto una madre y una hija salen juntas en coche a mirar casas. Primero las observan por fuera, pero después se cuelan en una de ellas para curiosear en las habitaciones. En Mis padres y mis hijos dos niños se pierden cuando los visita su padre, divorciado de su madre, que se hace acompañar por los abuelos con demencia que se comportan como dos niños más. En La respiración cavernaria una anciana desmemoriada lleva siempre encima una lista de tareas que es más bien una lista de obsesiones: “concentrarse en la muerte”, “clasificarlo todo”, “si él se entromete, ignorarlo”. En el último de los relatos del libro, Salir, una mujer camina por la avenida Corrientes de Buenos Aires en plena noche con el pelo mojado tras una ducha, ataviada con una bata y unas pantuflas.
El desasosiego máximo se experimenta cuando leemos Un hombre sin suerte. En este relato desaparece durante un tiempo una niña de un hospital. Se va con un desconocido con el que entabla conversación en la sala de espera a comprar una bombacha (en Argentina se llama así a un pantalón o a una braga) a un centro comercial. En el horizonte, la angustia de que lo peor puede pasar.
Siete casas vacías fue el libro ganador del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2015. El jurado valoró el estilo y la precisión de la autora. Sin duda, su originalidad y su frescura la hacen merecedora de los mejores halagos. Aunque yo ya no sea capaz de estar solo en una casa vacía.
2 comentarios
Gracias, Juan Francisco, por mantenernos en la inquietud de ir reacomodando «los muebles de la casa interior», con buena literatura.
[…] referencias también a espectacular Sicilia, invierno, de Ignacio Ferrando, y al no menos brillante Siete casas vacías, de Samanta […]