Dani me agarró de la mano y me introdujo en el vagón en el que estaba instalada la cocina del Transcantábrico. El tren se movía, y su traqueteo provocaba que tuviéramos en ocasiones que hacer algún esfuerzo para mantener el equilibrio. Habíamos dejado atrás Cantabria y nos aproximábamos a Asturias, y las curvas del camino eran más frecuentes que los tramos rectos.
—¿Cómo puedes cocinar así? —le pregunté apoyándome en su hombro.
—Cuando te acostumbras no es tan difícil.
La cocina de un tren de lujo no es muy distinta a la de cualquier restaurante. Ollas, cazuelas y sartenes cuelgan de un riel que atraviesa todo el vagón. A veces, cuando el tren coge alguna curva pronunciaba, chocan entre ellas. Parece que tocan las campanas.
—Si me pillan contigo aquí, me despiden. Y más después de todo lo que ha pasado desde que salimos de San Sebastián.
—Necesito algo de acción, que si no me aburro.
Dani se arrimó y trató de besarme en el cuello.
—Me ibas a enseñar cómo hacer el Risotto…
Nos acercamos a una mesa en la que estaba todo dispuesto para elaborar el Risotto de setas que servirían por la noche en el vagón restaurante. Durante las ocho jornadas de viaje, además del desayuno, al menos una de las comidas principales del día se servía en el tren, y la otra en alguna de las localidades en las que el Transcantábrico paraba para que los viajeros hiciéramos turismo. Cada mañana Dani se encargaba de dejar todo listo. Si el cocinero jefe, Pascual, descansaba, le tocaba a él preparar el menú diario.
Los ingredientes estaban calculados para más de cuarenta comensales. Nunca en mi vida había visto unas bolsas de arroz tan inmensas. Dani se dio cuenta de mi sorpresa, por lo que me detalló las cantidades necesarias para cuatro personas:
– 40 gramos setas deshidratadas
– 80-100 gramos de arroz especial risotto por persona
– 1 vasito vino blanco, seco
– 2 cebollas pequeñas
– Aceite de oliva
– Sal
– Pimienta negra
– 1 cucharada de mantequilla
– Queso parmesano rallado al gusto
Me llamó la atención un recipiente con aproximadamente un litro de agua del color de la arcilla figulina.
—¿Y esto marrón?
Dani cogió el recipiente, lo sostuvo entre sus manos y me miró con esa sonrisa de quien se sabe superior.
—Lo más importante del plato: las setas.
La verdad es que el chaval es guapete. Y él lo sabe. Rubio, con ojos azules y esa barbita caprichosa. Una vez le dije que se parecía a Brad Pitt en Thelma y Louise, y no entendió. Por lo menos le saco diez años.
(CONTINUARÁ…)
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