España, entre 1780 y 1790.
Eran los últimos años de reinado de un buen rey (Carlos III) y los primeros de uno muy malo, Carlos IV, padre de otro que fue fatídico, Fernando VII. España era aliada de Francia y estaba en guerra con Gran Bretaña. Poco después, España fue invadida por la que hasta ese momento era su aliada, Francia.
La crisis social y económica era enorme.
En esos años un hombre que había nacido en la (preciosísima) localidad cacereña de Guadalupe recorre los casi 400 kilómetros que la separan de la comarca de Sayago, en Zamora. Se llamaba Juan Plaza Sánchez. Quizá Juan José (su segundo nombre aparece en unos documentos sí y en otros no).
Este Juan Plaza de finales del siglo XVIII llegó a Zamora para hacerse cargo como montaraz de una finca, la dehesa de la Albañeza, propiedad de una orden religiosa muy poderosa en su tiempo, hoy casi desaparecida: los Jerónimos.
Por cierto, los Jerónimos y, supongo, mi antepasado, consiguieron que esa finca fuera durante mucho tiempo un modelo de explotación ganadera y también un ejemplo poco habitual en el trato a todos los trabajadores y trabajadoras que allí sirvieron. Pero eso es otro tema.
Justo un siglo después, un bisnieto de este Juan Plaza primigenio se estableció en Salamanca y a partir de ahí… bueno, a partir de ahí llegaron mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre y yo.

¿Cómo he conseguido toda esta información de mis antepasados?
Rastrear las huellas de varias generaciones no es cosa fácil. Depende bastante de la suerte. A veces te topas con que documentos esenciales están desaparecidos o en mal estado.
Ya he explicado que el comienzo más sencillo es el Registro Civil y después todos los registros eclesiásticos. Los libros de bautismo, matrimonio y defunción suelen aportar información interesante de una persona en concreto, pero también de sus padres y, a veces, de sus abuelos. De ahí se puede tirar de un hilo que te va llevando más y más lejos.
Pero en los archivos de la Iglesia hay otra documentación menos conocida —pero muy interesante— como dispensas matrimoniales, demandas de divorcio (sí, sí, lo que leéis) e, incluso, inventarios económicos de la fábrica de harinas o de tejidos local.
Los archivos provinciales son también una joya. Ahí se puede encontrar, sobre todo, documentación notarial: testamentos, capitulaciones, documentos de compra-venta, de préstamo…
Una auténtica joya para los que tengan antepasados que se embarcaran para América es el Archivo de Indias.
Pero hay otro tipo de documentación, más antigua, que yo todavía no he manejado y que tiene una pinta magnífica. Me refiero a la que tiene un carácter judicial, en sentido amplio: juicios criminales, pruebas de limpieza de sangre, pruebas de ingreso en órdenes religiosas, procedimientos de hidalguía o, atención, expedientes de la Inquisición.
Un auténtico maná documental para rastrear antepasados.
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3 comentarios
Hola Juan, fascinante lo fácil que resulta leerte y entenderte. Anoche, por esas casualidades de la “red”, me encontré por aquí. Hace años que intento hilar mi historia familiar. Con tu aportación del tipo de soporte para recoger y contener toda la información me siento renovada en este empeño. Además con tu escritura me has inspirado para explicar todo ese pasado que nos constituye. Tienes mi admiración y agradecimiento.
Saludos.
Muchísimas gracias por tus palabras. La verdad es que cuando uno lanza sus textos al espacio exterior nunca sabe si hay alguien al otro lado. Y si lo hay, nunca tengo la certeza de que lo que escribo le interese a alguien. Así que doblemente agradecido. Ánimo con la tarea. Saludos.
[…] que María Isabel de Braganza tuvo que sufrir de lo lindo al lado de uno de los reyes más nefastos de nuestra historia, con ninguna inclinación cultural y una escasa catadura […]