Hoy me he levantado de mal carácter, de mala leche, de mal guay.
(Soy de la generación que cuando empieza una frase diciendo «Hoy me he levantado…» automáticamente continúa «…dando un salto mortal». Sorry).
Mi mundo se derrumba. Es una tragedia. Una pesadilla. Un dramón de los buenos. Después de esto, creo que no voy a levantar cabeza.
No funciona la wifi.
¡Que no funciona la wifi!
Ya he apagado y encendido el router cuatro veces. Y nada. He llamado a Telefónica: «Señor, no tenemos constancia de que haya ninguna avería en su zona». ¡Por Dios, cómo que no tiene constancia, mi llamada es la constancia que necesita!
He colgado a la operadora de Teléfonica. No la soporto. Me pide mil comprobaciones que lee en un protocolo que me sé de memoria. Antes de que me las recite, he aplicado yo todas las recetas.
¡No tengo wifi! ¿Puede haber algo peor?
Se me ha quemado la tostada mientras hablaba —y luego colgaba— a la operadora. Es culpa mía. He bajado la palanca dos veces. Si hubiera habido wifi, no habría pasado. Fatalidad 2, Juan 0.
A ver, relaja, Juan, que tienes datos en el móvil y los puedes utilizar. Ya, pero no es lo mismo. ¿Sabéis esa sensación de que se te van a acabar los datos, que no vas a llegar a fin de mes aunque tu compañía te haya concedido (no me conceden, los he pagado, en realidad) chorrocientos gigas como para regalar a todo el vecindario? Pues eso. Me da igual si tengo datos. Quiero ahorrarlos como si fueran bitcoins, qué pasa. ¡Yo quiero mi wifi!
Siri y Alexa me dicen que no tienen conexión a la red. Que lo revise. Hablan a la vez, se quitan la palabra en su mundo digital. Cualquier día se rebelan. Asimov lo supo.
Una luz azul parpadea. Quizá es un buen augurio… Falsa alarma. Que no y que no. Ni siquiera hay fluctuaciones en la red. Ni un bit de esperanza. Nada. La tarde se me va a echar encima. Me pesa. Lo sé.
Creo que me voy a un bar. O al McDonalds. Necesito conectarme, tener la sensación, sentirme acunado por las tres rayitas que, todavía, cuando acabo de escribir esto, no aparecen en mis dispositivos.
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2 comentarios
Es buena terapia hacer desconexiones digitales de vez en cuando 😉