
Y dio otro bocado. Nada extraordinario. Apenas un mordisco en la zona tumefacta. Había calculado que a ese ritmo tendría carne para una, quizá dos semanas más. Ya no sentía dolor, y el hambre se aplacaba comiendo varias veces al día, de a poco. Quizá antes de devorar algún órgano vital lograrían rescatarlo, se decía. La carne pegada al hueso era la más sabrosa, así que la roía con entusiasmo. Al séptimo día divisó un barco en el horizonte. Quiso hacerle señales con un muñón. Resignado, golpeó su cara contra una roca para engullir sus ojos.