Cuando tenía 7 u 8 años diseñé, puse en marcha y dirigí en mi colegio un servicio de objetos perdidos. La idea era sencilla y, en su momento, en los primeros cursos de Primaria, me pareció genial: consistía en peinar todos los patios de mi colegio —que era enorme— y recoger todo lo que encontrásemos extraviado. Luego, en un horario de atención al público algo limitado, devolveríamos a sus dueños, previa firma, lo que habían perdido.
Le presenté mi plan maestro al jefe de estudios de aquel tiempo, don César, que muy serio y algo sorprendido me felicitó por la idea. No quiero ni pensar en las risas que a mi costa se echaría este buen señor con el resto del claustro. El caso es que en aquel momento me ofreció, circunspecto, su despacho una hora a la semana para guardar todo aquello que encontráramos.
Pensándolo fríamente, y aunque en aquel tiempo de los 80 no se estilase el término, yo estaba siendo algo bastante parecido a un emprendedor.
El servicio lo formamos dos personas: mi amigo David (buscador de objetos perdidos) y yo (director y controlador). No tuvo una vida larga, apenas tres semanas, justo hasta que mi amigo David se cansó de buscar cosas por el inmenso patio de arena —un campo de fútbol reglamentario— mientras yo hacía el trabajo directivo y administrativo: me encargaba de apuntar lo que él encontraba en un cuaderno pautado. Probablemente que yo le diera órdenes tampoco le hizo mucha gracia.
El fracaso de mi primer proyecto seguramente tuvo que ver con la distribución del trabajo y con la falta de recompensa de cualquier tipo: dado que no ganábamos nada con aquello, lo que alimentaba nuestra efímera ilusión era el sueño de hallar grandes cosas. En el escaso tiempo que duró la sección de objeto perdidos, logramos encontrar (David lo hizo) un sacapuntas de diseño y, ojo, una cadena de oro.
El Titanic y el avión de Amelia Earhart

Más o menos en los mismos años en los que yo soñaba con encontrar objetos perdidos en el patio de mi colegio, Robert Ballard encontró el Titanic. Fue en 1985 —setenta y tres años después del hundimiento del Titanic— cuando Ballard, con el vehículo submarino Argo, encontró el famoso barco partido por la mitad en las aguas del Atlántico Norte.
Ahora Robert Ballard vuelve a la carga, esta vez para encontrar los restos del avión de Amelia Earhart, desaparecida en 1937 junto a su copiloto mientras trataban de dar la vuelta al mundo. National Geographic está produciendo un documental sobre este asunto que tiene muy buena pinta.
Si hablamos de buscar y encontrar, Amelia Earhart es el paradigma de buscadora y «encontradora» por antonomasia. Tuvo una vida interesantísima —y corta, porque murió sin cumplir 40 años—. Para empezar, rompió todos los techos y barreras que, os podéis imaginar, se levantaban firmes para una mujer que quería ser aviadora en los primeros años del siglo XX. Murió cuando estaba a punto de cumplir el sueño de dar la vuelta al mundo.
Existen muchas páginas en Internet y también libros sobre Amelia Earhart, pero os recomiendo el magnífico programa Documentos de RNE sobre ella. Podéis descargaros el podcast en este enlace o buscarlo en vuestro programa de podcast habitual.
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2 comentarios
La verdad Juan es que tu proyecto altruista tenía buena pinta. Grandes recuerdos de aquellos patios de colegio.
Algún detalle le faltaba