Esta semana me he engorilado (otra vez) con las frasecitas huecas y tontas que tanto daño provocan. Ya escribí en otra ocasión a favor del optimismo inteligente y contra el optimismo blandurrio, fofo, complaciente.
Vuelvo a la carga. Y la culpa es de Netflix. Bueno, de las series. No, en realidad la culpa es de todos un poco.
No entiendo la manía que le tiene nuestra sociedad a la inteligencia. A la inteligencia en sentido completo, claro, la inteligencia como la capacidad de entender, aprender, comprender el mundo intelectualmente, pero también de procesar nuestras emociones y anhelos… Y usar todo eso para tomar decisiones y actuar.
¿Por qué culturalmente tienen más éxito otros órganos (el corazón, los cojones, las tripas…) que el cerebro?
Voy al grano. La frasecita de marras que me ha engorilado es algo parecida a esto: «haz lo que te dicte el corazón», «déjate llevar por tu corazón», «sigue lo que indique tu corazón»… y todas sus variantes. ¿A nadie se le ocurre animar a la gente a pensar?
El arrojo, la emoción o la intuición tienen valor, se potencian, cuando pasan por el filtro del juicio, de la razón. Dicho de otra manera, no hay una oposición entre la emoción y la razón, lo que tiene que haber es, en todo caso, un equilibrio para no dejarnos llevar por el primer impulso y para que tampoco reprimamos nuestras emociones.
¿Por qué culturalmente tienen más éxito otros órganos (el corazón, los cojones, las tripas…) que el cerebro? Clic para tuitearPues eso.
P.D.: A todas las personas que estáis de exámenes, por favor, no os dejéis llevar por el corazón en vuestras respuestas (y estudiad).
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