Necesito ideas locas. Imposibles, complejas, imprudentes, desesperadas, nerviosas —inestables, incluso—, apasionadas; ideas que nadie en su sano juicio convertiría nunca en historia. Ideas de esas que parece que no van a ningún lado pero, mira tú, al final sí que van a un sitio, aunque hayan tenido que recorrer miles de kilómetros imaginarios y transformarse en una cosa diferente a lo que empezaron siendo.
No sé si me explico.
Unas veces las ideas locas —caprichosas, oscilantes, obsesivas— aparecen de manera imprevista.
Otras veces se persiguen, se fuerzan, se violenta la imaginación si es necesario, buscándolas. O se piden, como ahora, para que otros las compartan, las presten, me las den en adopción. Necesito ideas locas.
¿Y si un médico que hace hipnosis tiene un desorden de la personalidad? ¿Y si una cajera de supermercado ciega enseña a otra persona a utilizar sus manos como si fueran ojos? ¿Y si un voyeur pasa a ser, de pronto, mirado por la persona a la que él espiaba? Otras veces ya tuve ideas locas: a veces propias, a veces prestadas, en todos los casos transformadas.
Así que desde hoy pongo el cartel de «abierto a vuestras ideas locas», me siento a la vuelta de la esquina con un platillo en el suelo, un zurrón, una pandereta…
Y aquí estaré todo el tiempo que sea necesario, y luego recogeré el platillo, blandiré la pandereta y me moveré a otra esquina, esperando a que alguno de vosotros pase y me regale generosamente alguna idea loca…
(…que yo luego pueda transformar en historia).
