No somos tan modernitos. Por si lo pensabais. Que creemos que lo hemos inventado todo, que las cosas en color son mejores —y de ahora— y que antes todo era atraso. Pues no.
Un ejemplo: llevamos 800 años diciendo «guay». ¿Cómo te quedas? Por cierto, que «guay» tampoco es una marca generacional de los milenial —en español también se puede decir milénicos, pero suena a extraterrestre— que, efectiviwonder, en los 80 lo decíamos mogollón, alucina pepinillos.
800 años, flipa en colores.
«Guay» surge en el siglo XIII y aparece unos siglos después en el Quijote, aunque en realidad era una expresión de lamento y no de emoción, como fue después, ante algo que mola mazo —molar viene del caló, por cierto—. Los ochenteros le dimos el toque de añadirle a guay… del Paraguay.

Los primeros emoticonos
Suelo decirle a mis alumnos que en la vida, en la cocina y, en lo que a su relación conmigo se refiere, en los textos, menos es más.
Con esta frase de señor mayor trato de hacerles entender que echarle más hierbas al pollo lo único que va a conseguir es que terminemos comiendo hierba. De igual forma, atiborrar sus textos de palabrería, de chamulla sin sentido, aleja su mensaje del objetivo pretendido.
Algo así debió pensar nada menos que en el siglo XVII un letrado eslovaco llamado Ján Ladislaides. Ana Cermeño en la revista Archiletras explica que a este buen señor se le ocurrió poner caritas sonrientes para dar su conformidad a unas cuentas. ¿Para qué enrollarse si la carita lo decía todo?
Y hasta aquí la entrada de esta semana que, ya sabes, menos es más.
Chao, pescao. Me piro, vampiro.
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1 comentario
Qué guay!!