Empezamos la quinta semana de confinamiento y no estoy pudiendo escribir. Estoy trabajando mucho, estoy leyendo bastante… pero me está costando horrores escribir.
Mira que, en teoría, las condiciones son «óptimas» —muchas comillas— para sentarse en el escritorio y arrancarle palabras al teclado: no puedo ir a ningún sitio, así que… Pero el caso es que tengo un relato empezado y me he quedado atascado en el inicio.
Otras veces, antes de esto —porque hay, y siempre habrá, un antes y un después de «esto»—, cuando me bloqueaba, lo dejaba estar. Y así, de pronto, un día cuando salía a correr o a pasear o a tomarme un café… boom, se hacía la luz.
Hubo un tiempo —ya lo he contado alguna vez— en que me iba a una cafetería y pasaba el rato escuchando y observando a los clientes. Eso me ayudaba a empaparme de actitudes, expresiones, gestos o maneras de hablar que almacenaba en mi memoria —y en mis apuntes— para después tratar de utilizar ese arsenal vital en las cosas que escribía.
En la quinta semana de clausura he echado de menos bajarme a un café, y pienso mucho en Madrid. Clic para tuitearNo soy muy original: otros muchos y mejores antes que yo ya hicieron esto. De hecho, los cafés del siglo XIX y parte del XX han sido hervideros de cultura en nuestro país. En ellos, grandes escritores —y aquí «escritores» se refiere exclusivamente a los varones, porque hasta la II República las mujeres, intelectuales o no, no entraban en un café si no era acompañadas— como Unamuno, Valle Inclán, Azorín, Baroja, Galdós, Lorca, Dámaso Alonso… fraguaron una buena parte de sus obras en los cafés de Madrid.
Pienso en Madrid
En la quinta semana de clausura he echado de menos bajarme a un café, y pienso mucho en Madrid. Como si de una coctelera se tratara, mezclo en mi memoria imágenes y recuerdos: allí pasé el último fin de semana antes del confinamiento; allí viven mi hermano, mi sobrina y buenos amigos; allí están sufriendo de lo lindo. Allí, a estas alturas, tendría que haber vuelto yo.

Estamos en año Galdós (murió en 1920), y para recordar la figura del inmenso escritor canario se habían preparado distintas actividades, entre las que se encontraba recorrer la ciudad —creo que es una de las ciudades grandes más deliciosa para pasear— a la luz de sus obras.
Galdós describió la capital como si de un cronista se tratara, y en sus libros aparecen los cafés y tertulias más conocidos y relevantes, pero también teatros, conventos, iglesias, tiendas, cárceles, suburbios y cementerios*.
Cuando estamos a punto de empezar la quinta semana de reclusión en nuestras casas, he abierto una lista con todas las cosas que quiero hacer. Y cuando esto acabe —que acabará— quiero volver a Madrid, a pasear, a tomarme un café, a releer a Galdós.
(* Recomiendo el reportaje que aparece en el número 6 de la revista Archiletras sobre el Madrid de Galdós).
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