No descubro América ni ningún otro continente si afirmo que lo que somos, lo que nos hace así y no de otra forma, es un cóctel en el que se mezcla nuestro material genético con las influencias de nuestros padres, amigos, profesoras y profesores…, así como de nuestras propias experiencias vitales.
Claro, ignoramos las proporciones de cada ingrediente y, aunque conozcamos cada uno de ellos, no se puede prever cómo acabará siendo una persona porque, afortunadamente, no tenemos la receta de la mezcla con las cantidades exactas.
Desde que empezó esta pandemia me ha dado por pensar muchas veces en mis padres. No es tanto una cuestión cuantitativa —no he dejado ni un instante de recordarlos desde que se fueron—, sino más bien algo cualitativo.
No es el cuánto, sino el cómo.
Así, he imaginado cómo hubiera reaccionado mi padre a lo que está sucediendo hoy en el mundo.
Él, que era impulsivo y pasional, estoy seguro de que se hubiera enfadado ante determinadas actitudes públicas. No descarto tampoco que se hubiera subido al carro de alguna teoría conspiranoica que mi madre y yo hubiésemos tratado de desmontar con algo de racionalidad y con la misma impulsividad; y, de eso estoy seguro, mi padre hubiera tenido una relación «difícil» con la mascarilla (y otra vez mi madre y yo hubiéramos discutido con él).
Curiosamente, mi padre siempre estuvo obsesionado con que nos lavásemos las manos con frecuencia y, mira tú por dónde, lo que nos inculcó a fuego es ahora una de las medidas profilácticas más importantes contra el virus.

En cambio, si imagino cómo hubiera reaccionado nuestra madre ante una crisis como esta, creo que ella se habría asustado.
Me refiero a «mi última madre», la de los últimos años. No hubiera entrado nunca en pánico —siempre fue una mujer muy comedida y se moriría solo de pensar en que pudiera dar la nota en público—, pero el paso del tiempo fue acobardándola.
Ella, que vivió (casi) todas las desgracias posibles, se fue haciendo menos valiente con el tiempo. Tanto que hasta decidió dejar de fumar después de casi 50 años, cuando ya era tarde, y fue otra pandemia, la del tabaco, la que se llevó a los dos.
Ahora que tengo hijos pienso muchas veces en cómo dejarles huella. Si vosotros y vosotras los tenéis, sabéis que esto no se puede premeditar ni forzarse: será lo que tenga que ser. Hay recetas que parece que funcionan —el amor, el respeto, el ejemplo—, pero desde que nacen vivimos con el miedo persistente e infinito a que sean otros los modelos que sigan.
A que nuestra influencia sea poca o demasiada.
A no acertar.
No sé si son las primeras lluvias o el otoño tontorrón este el que me ha incitado a darle vueltas a estas cosas. O a lo mejor en estos tiempos en que no acabamos de definir lo que queremos ser, es bueno pensar en lo que ya somos.
¡Eh! ¡Si te apetece, deja un comentario! ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, suscríbete!
Foto: Sid Balachandran
1 comentario
Será el otoño. Justo ayer pensaba en mi padre y lo que hubiera dicho sobre esta pandemia. Y lo veía tranquilo diciéndonos que esto pasará. Y recordando vivencias pasadas.
Todo pasará! Incluidos los buenos momentos. Y el otoño también.
Un beso fuerte