Cada cierto tiempo escucho, leo o veo en televisión los argumentos de diferentes personas defendiendo «lo natural». Recalco la idea de «diferentes personas» porque, en realidad, lo que quiero decir es que esos portavoces de lo auténtico suelen representar, incluso sin saberlo, posturas variadas y a veces contradictorias de lo que significa «ser natural».
Parecería en un primer análisis superficial que las ideas —llamémoslas «naturalistas»— están muy bien. En nuestra cabeza se representan imágenes más o menos bucólicas de atardeceres naranjas sin autopistas ni humos, hombres y mujeres sudorosos cultivando y consumiendo sus propias lechugas sin abono ni plaguicidas, abuelas que mezclan con sabiduría en un mortero plantas medicinales que nos quitarán el dolor de cabeza…
Vaya por delante que no tengo ninguna tendencia suicida. Claro que no quiero morirme atiborrado de fármacos. Por supuesto que prefiero (casi siempre) una playa virgen que la vergonzosamente explotada costa levantina española. Ni que decir tiene que los tomates ya no saben como los de antes.
Pues amigas, amigos: lo natural no existe, o al menos no es como pensamos. Los que no hemos pasado privaciones tenemos una idea idílica (y a veces estúpida) de lo natural como aquello en lo que apenas hemos participado los seres humanos, donde no hemos intervenido y hemos dejado que la naturaleza se mostrara con toda su crudeza. Pues que le cuenten eso a nuestros bisabuelos o a nuestros tatarabuelos, contadles lo bonita que es la vida sin calefacción, sin carreteras o sin un químico que evite que se pierda la cosecha o un antibiótico que consiga que no mueran los animales.
Amigas, amigos: lo natural no existe, o al menos no es como pensamos Clic para tuitearCuando la moda de lo natural se sale de madre llegan los peligrosos: los que no vacunan a sus hijos (hay un terrible rebrote del sarampión, una enfermedad prácticamente erradicada), los que curan el cáncer con agua (eso es la homeopatía, agua) o los que se beben la leche cruda plagadita de bacterias. Como si todos los hombres y mujeres que se han dejado la piel estudiando medicina, ingeniería o arquitectura para darnos una vida mejor hubieran sido todos malvados o, lo que es peor, gilipollas.
Más peligrosos si cabe —y esto probablemente exige otra entrada en el blog— son los que llevan «lo natural» al terreno de la moral. De la suya, claro. Perdón: de la suya en público, porque luego en privado… Y entonces nos explican (y nos tratan de imponer) cuáles son las formas «naturales» de amar, de pensar o de sentir.
Así que al final me da por pensar que quizá lo natural es no ser natural, quiero decir, que darnos unas leyes, regular el comercio, canalizar los ríos, crear idiomas, curar enfermedades, disfrutar del sexo o respetar a los animales se enfrentan a la, a priori, «más natural» tendencia al caos, al robo entre pueblos como forma natural de sobrevivir, a las naturales inundaciones periódicas, a los sonidos guturales con los que nacemos o a la muerte prematura «por causas naturales».
Y así vista la cosa, no sé si prefiero lo natural.
P.D. Para quienes tengáis curiosidad, os recomiendo el blog de divulgación científica Scientia. No os perdáis la entrada 75 frases que debe evitar en Nochebuena si no quiere quedar como un “cuñado”.
¡Eh! ¡Si te apetece, deja un comentario! ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, suscríbete!Foto: Oliver Sjöström