Esta semana he estado trabajando con mis alumnos y alumnas el bloqueo creativo. Muchos de ellos explican que el bloqueo, el miedo al folio en blanco, la incapacidad para comenzar un texto, forma parte de su día a día. Es algo habitual en su vida como estudiantes, y les sucede con frecuencia cuando tienen que entregar un trabajo largo, un ensayo o incluso un comentario en un foro de alguna asignatura. Por supuesto, cuando lo que se les plantea tiene un componente creativo, la cosa se suele complicar aun más.
Obviamente, el problema del bloqueo creativo no es solo de los y las estudiantes. En mi caso, el bloqueo va por rachas, por épocas y, a veces —así lo siento— parece que el atasco dura una glaciación completa. En su día escribí en el blog que, a pesar de la amargura que puedan suponer los atascos, estos son imprescindibles porque detrás de ellos, si perseveras, está el premio. En el caso de la literatura, probar, tachar, volver a escribir y tachar otra vez es una secuencia obligada.
Como os decía, esta ha sido una semana interesante de charlas con mi alumnado. Me he quedado gratamente sorprendido al saber que un número nada desdeñable de estudiantes tienen un sistema para anotar las ideas que se les ocurren en cualquier circunstancia, en el autobús o de camino a casa, ideas que si no anotan se pierden. Unos usan las notas del móvil, otros llevan siempre encima una libreta y algunos graban un mensaje de voz para dejar en algún sitio eso que ha aparecido en sus cabezas como por arte de magia.
Otra de las sorpresas que me he llevado ha sido conocer la cantidad de chicos y chicas que con apenas 18 o 19 años escriben. Sí, los jóvenes escriben más allá de aquellos textos obligatorios de sus respectivas carreras universitarias. Normalmente, redactan reflexiones personales que les sirven de terapia, retazos de pensamiento que no suelen compartir con nadie. Algunos, los más osados, se han atrevido con pequeños cuentos, e incluso están los que han llegado a empezar un libro.
Ideas vivas, ideas muertas
Una de mis alumnas me planteaba que le resultaba muy interesante y sentía curiosidad por lo que yo denominaba «ideas muertas», y que quizá eso merecía una entrada completa en el blog. Yo me refería con «ideas muertas» a esas entradas de nuestra lista de ideas que no utilizamos, esos pensamientos que nos parecieron geniales en un momento o a los que les vemos un posible desarrollo y que, sin embargo, por alguna razón, desdeñamos.
¿Podría existir un banco de ideas muertas de otros al que acudir para inspirarse? «Las ideas muertas», en juanplaza.es Clic para tuitear¿Qué pasa con las «ideas muertas»? ¿Se aprovechan en el futuro? ¿Lo que hoy eliminamos quizá más adelante podría transformarse en algo, en un texto cualquiera? ¿Son intercambiables?, quiero decir, ¿se pueden traspasar las ideas que no queremos a otras personas para que las aprovechen, para que no mueran? ¿Podría existir un banco de ideas compartidas?
Quizá es que las ideas muertas no están muertas, solo dormidas, condenadas a un letargo infinito hasta que alguien las despierte, hasta que alguien las rescate para transformarlas en una creación. O quizá no, y estas ideas desaparezcan para siempre cuando borramos una nota en nuestro teléfono móvil o tachamos una línea de nuestra libreta. Quién sabe.
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[…] anotando todo lo que se me ocurre, cosas que incluso nunca utilizaré (una vez hablé en el blog de las ideas muertas). Mil veces me sucede que no recuerdo en qué estaba pensando cuando me apunté algunas […]