Nunca pensé que ese número fuera de una persona. De una persona real, quiero decir. Porque cuando llego a casa tengo a diario en el teléfono fijo unas cuantas llamadas perdidas de teleoperadoras que quieren ofrecerme servicios de telefonía, de Internet o de televisión. Parece ser que mi número está incluido en un enorme bombo virtual, y es seleccionado de cuando en cuando por una máquina que marca para que robots de carne y hueso traten de colocar su oferta.
Pero este no era el caso. No conocía el número, así que no devolví la llamada, intuyendo que encontraría en el otro lado alguien que desde Marruecos, Irlanda o Berlín me ofrecería el paquete premium (fútbol incluido) por 9,90 al mes. Pero ayer por la tarde sonó de nuevo, y lo cogí.
—Hola… perdone… no sé si nos conocemos. Quiero hacerle una pregunta.
—¿?
Una mujer mayor buscaba sin mucho éxito las palabras adecuadas para explicarse.
—Es que he visto que tengo una llamada perdida suya. No conozco el número, pero sé que el prefijo es de Sevilla. Soy de Granada y estoy sola, ¿sabe?, pero tengo familia en Sevilla. Me he preocupado, porque no sé si es que pasa algo o qué sucede. ¿Por qué me ha llamado?
Pensé lo más rápido que pude, y caí en la cuenta de que el técnico que un par de días antes había venido a mi casa a instalar la televisión de pago (sí, los robots han vuelto a vencer) había realizado varias llamadas de prueba desde mi teléfono. ¿Llamaría a esta mujer? ¿Era su madre, su abuela, una tía lejana? ¿La llamó sin darse cuenta o, por el contrario, tiene un plan maligno que consiste en repetir esa llamada en cada casa en la que instalaba una línea y volver loca a la pobre mujer, sola y sin noticias de sus seres queridos?
Traté de tranquilizarla y mantuvimos una conversación como las de antes. Fueron más de veinte minutos de “no se preocupe, que seguro que no ocurre nada y su familia está bien” y de “hijo, pareces muy joven y no tienes acento sevillano, a qué te dedicas”. Cuando colgué, una sensación de angustia se apoderó de mí el día entero.
Ahora dudo si volver a llamar a la mujer. Si preguntar qué tal todo, si está sola, si logró hablar con los suyos. De darle un ratito de mi tiempo, preguntándole cómo hace el salmorejo o qué le gusta ver en la tele.
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