Este es el primer artículo tras las vacaciones. El primero tras unas vacaciones con pandemia. Las primeras vacaciones con mascarilla, sin abrazos, con líneas en el suelo y señales que indican por dónde caminar. Ciudades con colas en la calle para comprar unas tiritas. El primer verano sin guiris en la playa.
He pasado una parte de mis vacaciones en mi ciudad, Salamanca, con hermanos, sobrinos y sobrinas a los que no veía desde hacía meses; también con amigos y amigas muy queridos de los que vivo alejado la mayor parte del año. Los últimos días los he apurado en la playa, en Cádiz, con la misma luz de siempre, el mismo sol y el mismo mar —la misma mar—, pero sin turistas extranjeros.
Durante la mayor parte de las vacaciones uno se olvida de que está viviendo en un sueño extraño, una pesadilla incierta: aunque he sido muy prudente, es inevitable bajar la guardia y amagar con un beso, rozarte con el brazo. Solo la mascarilla cuando te vas a levantar de una terraza —la p* mascarilla— te recuerda que, ¡ojo, cuidado!, algo no es normal, algo no es como siempre.
Casi todo el mundo donde yo he estado ha cumplido las normas: frotarse las manos con gel, cubrirse la nariz y la boca —la p* mascarilla—, dejar distancia. La inmensa mayoría ha llevado mascarilla en público. Sí, eso, la…
En la playa las familias han plantado su sombrilla a metro y medio de la familia vecina. Los paseos por la orilla… ¿lo adivináis?: con mascarilla.
Solo algunos grupos en la linde de la playa, donde no llega la marea alta a mojar la arena, han vivido en otra realidad. Ocho, diez, quince adolescentes, chicos y chicas, compartían bebida, se ponían crema unos a otros, se besaban y abrazaban, se peleaban sobre las toallas compartidas. Viven sin miedo.
Y lo sé, lo supe mientras los miraba. Yo sabía que estaba mal, que era irresponsable, que podría haberme acercado y jugar mi papel, hacer de señor mayor —cualquiera que supere los 25 lo es para ellos— y afearles su conducta; explicarles, tratar de razonar entre sus risas y, quizá, sus desafíos.
Pero solo tuve ánimo para girar la cabeza y mirar al mar. Para ver cómo las olas borraban los castillos de arena.
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