En el cementerio municipal celebran cada año por estas fechas la Noche de los vivos.
Bien entrada la noche, cuando ya no queda nadie por el camposanto, los muertos abandonan sus tumbas para conmemorar que una vez, hace ya algún tiempo, vivieron.
Se visten con ropas aterradoras que hacen las delicias de los más pequeños: chaquetas, corbatas, pelucas que simulan pelos engominados, vestidos de fiesta, fracs… Las mujeres, incluso, hacen una mezcla de barros y arcillas y se maquillan. Como cuando estaban vivas. Hay quien no puede soportar el miedo y regresa a su tumba, a descansar en paz.
Antes de que les sorprenda el amanecer, se reúnen en torno al enorme panteón de uno de los más ilustres linajes de la zona. Ya no hay nadie de esa importante familia morando en él porque, y esto es una gran verdad, la muerte iguala a todos. Así, un día, al poco de fallecer uno de los criados que sirvió a personas de tan noble cuna, unos cuantos se levantaron en armas y arrasaron el panteón, desterrando a todos sus ocupantes a pasar la eternidad en una fosa común.
El caso es que en el panteón okupado se suceden durante esa noche especial las escenas más emotivas que cualquier vivo pudiera imaginar. Un joven, fallecido en un accidente de tráfico cuando huía de la policía, había robado un teléfono con cámara a un familiar que visitaba el cementerio. Fue acto irreflexivo e insensato, que había recibido la reprobación inicial de toda la comunidad. “Los muertos no nos juntamos con los vivos”, le habían dicho. Pero cuando descubrieron la utilidad del robo, el ambiente se relajó. Durante todo un año se fijaron turnos para fotografiar desde la distancia a los familiares que acudían a honrar a sus muertos, de manera que la celebración de la Noche de los vivos incluía un emotivo pase de fotografías en los que unos y otros podían ver a sus personas queridas envejecer. “Es ley de vida”, se dicen como consuelo.
Justo antes de terminar la celebración siempre hay alguien que se arranca por bulerías, o que canta una jota o, si las condiciones lo permiten, incluso hay parejas que se atreven con un chotis o un buen agarrao. Y cuando todos vuelven al lugar que les corresponde sienten que esa noche la tierra en la que descansan está más fría de lo habitual, y esperan con impaciencia pero resignados a que pase todo un año para celebrar de nuevo la Noche de los vivos.
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