Después de 18 años en la enseñanza creo, sin ninguna duda, que uno de los mayores retos al que nos enfrentamos padres y madres —educadores en general— es enseñar a nuestros hijos y alumnos a lidiar con la frustración.
Por supuesto, los adultos no estamos exentos de frustraciones diarias. Os pido que hagáis un ejercicio mental sencillo: pensad en el último mes en las situaciones en las que no habéis podido satisfacer vuestras necesidades o deseos —eso es la frustración— o, por definirlo de una forma más gruesa, menos precisa, la cantidad de cosas de toda índole que no han salido como esperabais. ¿Lo habéis pensado? Vale, pues ahora no os echéis a llorar…
El siguiente paso debería ser analizar con justicia las razones por las cuales no han salido las cosas como pensábamos que iban a salir. ¿Dependían exclusivamente de nosotros?, ¿habíamos puesto las expectativas muy altas?, ¿hemos puesto toda la carne en el asador para lograr lo que pretendíamos? Porque responder a esas preguntas adecuadamente —insisto, con justicia, con un análisis frío— hará que estemos preparados para la siguiente frustración —que llegará pronto, seguro—, para relativizar, si es el caso —a veces nos frustramos por cosas nimias— o para cambiar nuestra forma de actuar y lograr el objetivo que nos habíamos propuesto.
En algunos de mis alumnos y alumnas observo con frecuencia las consecuencias desastrosas de la frustración.
Algunas veces se frustran porque sus expectativas sobre algo eran tan altas y su punto de partida tan distante que la probabilidad de alcanzarlas era muy baja. Estos estudiantes son víctimas casi siempre de un entorno que los ha convertido en el centro de atención, que frecuentemente les ha hecho pensar que son lo más importante y que, además, son altos, guapos y listos, muy por encima del resto de la humanidad. Y, claro, en primer lugar, uno no puede ser perfecto; y, en segundo lugar, muchas veces quien nos quiere nos ve mejor de lo que somos.
Otras veces la frustración va de la mano de una escasísima capacidad de autocrítica. En estos casos me encuentro con alumnos y alumnas que echan la culpa de sus fracasos a todo el mundo… menos a ellos mismos. El profesor es no sé qué, sus compañeros de grupo de trabajo no han dado la talla, el horario no les favorece, la tecnología les falló en el último momento, aunque tuvieron semanas para entregar un trabajo… Estos estudiantes no solo sufren ellos, sino que además hacen sufrir a sus compañeros y profesores, porque suelen decir en voz alta, sin mucho pudor, que se han esforzado un montón —habría que definir «un montón»—, que todo está en su contra o que la vida les debe algo.

Superar la frustración
¿Cómo superar la frustración? Vaya por delante que no soy —ni quiero ser— ningún gurú educativo, que seguramente mis respuestas no sean completas o serán demasiado obvias, pero se me ocurre que la primera medida importante es hacer entender a los más pequeños qué es el fracaso o, mejor dicho, que lo que les sucede no es, necesariamente, un fracaso.
Junto con una autoestima fuerte —a la autoestima hay que dedicarle otra entrada, lo sé— hay que educar en un equilibrado nivel de autocrítica, en un buen autoanálisis que ayude a nuestros hijos e hijas, a nuestros estudiantes, a comprender bien cuál es su punto de partida y a fijarse objetivos realistas. Para guiarlos en el camino estamos nosotros, padres, madres, educadores.
«Si quieres cambiar el mundo, debes comenzar haciendo tu cama». William H. McCraven Clic para tuitearAdemás, hay que tener la intención de cambiar aquello que debo cambiar para mejorar. Si siempre hago lo mismo, si no estoy dispuesto a modificar nada en mi comportamiento —trabajar más, trabajar mejor, aprender lo que no sé, ser más humilde…— los resultados serán iguales. Los pasos para cambiar han de ser, también, medidos, equilibrados, o serán una fantasía irrealizable que generará, lo habéis adivinado, más frustración.
Dice el almirante de la Marina de los Estados Unidos William H. McCraven —gracias a mi alumna Blanca por descubrirme esta referencia— que si quieres cambiar el mundo, debes comenzar haciendo tu cama. Este hombre, un soldado de élite de los Seal americanos, explica que hacer la cama cada mañana supone completar la primera tarea del día. Hacerla bien, con precisión milimétrica, incluso, no es un capricho obsesivo, es comprender que si no puedes hacer bien las cosas pequeñas, nunca harás las cosas grandes.
No tengo las respuestas, no tengo las claves pero, quizá, no sé qué pensaréis los demás, la frustración se combate con un poquito de realismo, otro poquito de autoestima y una doble ración de humildad.
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1 comentario
Juan querido, enhorabuena por la reflexión. Para mí la frustración está asociada a esas expectativas que has definido muy bien, pues colmarlas o no conduce a un número indeterminado de jóvenes a experimentar “éxitos” o “fracasos”. Cuando no existían las redes sociales tanto el “éxito” como el “fracaso” disfrutaban de una bienhechora intimidad. Sin embargo, en nuestros días el “éxito” y el “fracaso” guardan relación directa con la sobre-exposición pública en las redes sociales y sus repercusiones positivas en las comunidades virtuales correspondientes. Es el mundo en el que a nuestros hijos y/o nuestros alumnos les ha tocado vivir y no podemos cambiarlo. Tu reflexión es importante porque nos hablas de la frustración dento de ese nuevo contexto que nada tiene que ver con el que conocí entre mis 15 y 25 años.
Quizá una gestión realista y madura de tales expectativas permitiría una gestión más apropiada de las frustraciones. La frustración en sí misma ya supone un cierto grado de “fracaso”, por lo que atenuar y moderar las expectativas se me antojaría más eficaz.
Finalmente, los “fracasos” son estupendos para aprender de los errores y una persona inteligente debería sobreponerse a los “fracasos”. En cambio, la mayoría de la gente no se recupera nunca del “éxito”.
Abrazos y albricias