Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que salí con mis amigos.
La primera vez de verdad, de quedar todos sin padres ni hermanos mayores, de tener una hora de llegada, de calcular si me llegaba la paga que recibía cada viernes para una cinta de casete. Tenía la edad ideal, apenas 14 años, y acababa de empezar el instituto. Aquel día quedamos unos cuantos (todavía nos vemos de vez en cuando, casi treinta años después) en una hamburguesería que ya no existe de mi ciudad, de Salamanca.
Logramos ese hito, nos lo comimos sin masticar, y ya estábamos pensando en el siguiente. Apretábamos los puños para que llegaran pronto los 16, que era la edad en la que nos dejaban entrar en las discotecas. Esa sí era la edad ideal. Lo cierto es que, aunque algunos ya nos colábamos con 14 o con 15 porque parecíamos mayores, siempre había uno en el grupo que no pasaba porque le pedían el carné de identidad. Si eso sucedía, el damnificado se sacrificaba por el grupo: «Entrad, entrad vosotros. Yo me voy a casa. A ver si cumplo pronto 16».
Por su simbolismo, pensamos después que la edad ideal eran los 18. La mayoría de edad, la universidad, conducir, la ilusión de independencia total. Algo debía de suceder en la galaxia cuando traspasábamos esa barrera, ese número mágico, cabalístico. «Es que yo ya tengo 18». En mi caso, llegué a la mayoría de edad en la playa, en Jávea, en Alicante. Tengo el recuerdo vívido de hablar con mi padre por teléfono desde una cabina del paseo marítimo y que él me dijera: «Ya tienes 18. Ser mayor de edad supone asumir responsabilidades».
Casi nada.
A partir de aquí, la percepción de cuál es la edad ideal cambia. Cambia bastante.
La edad ideal no son los 30
El fin de los estudios universitarios marca, pero tener 22, 23 o 24 no está rodeado del mismo aura que los 18. Si me apuras, los 25 no son ni fu ni fa, ni carne ni pescado, ni mucho ni poco ni para comerse el coco. Los de 18 te ven viejo; los de 30, demasiado joven.
Los 26 son la primera crisis, y no los 30. Estás en tierra de nadie. Es, además, el momento de correr, de apurar todas las copas (literalmente) porque los 30… ay, los 30. Casa propia, pareja estable, ¿hay que pensar en tener un par de churumbeles? Cuando llegas a la crisis de los 30 llevas cuatro años anticipándola. Eso es así.
El primer síntoma de crisis es que se acabó la sensación de inmortalidad. No me estoy poniendo trágico, tranquilos, los que hayáis llegado me vais a entender. Hasta un determinado momento no importan los excesos de ninguna clase. Bueno, a ver si me explico, claro que importan. Me refiero a que nuestro nivel de conciencia sobre ellos es bajo. Con los 30 empiezas a tener conciencia de absolutamente todo.
Algunos síntomas: te reservas en una pachanga con los amigos, no te bebes la tercera (en mi caso, ni la segunda) porque sabes que te dolerá la cabeza al día siguiente, miras el reloj porque hay que irse a la cama, revisas la cuenta del banco al menos tres veces a la semana. Eso es. Ya eres consciente de todo.
Los 40, los 40 son la edad ideal. Ya sabéis lo que dicen, que los 40 son los nuevos 30. Y una mierda.
Es verdad que, dependiendo de cómo de profundo veas el abismo, llevas unos años corriendo, yendo al gimnasio, tratando de perder el peso que te sobra y, en el caso de los hombres, soñando con mantener el pelo que te queda. También es cierto que a los 40 ves las cosas con perspectiva, desde arriba de la montaña, y miras atrás para chascar la lengua y decir: «Qué pena, qué pena no haber sabido lo que sé ahora hace quince años».
Los 40 son la edad ideal. Ya sabéis lo que dicen, que los 40 son los nuevos 30. Y una mierda. Clic para tuitearAl final estoy llegando a la conclusión, amiguitas y amiguitos, de que quizá la mejor edad, la edad ideal es, simple y llanamente, la de estar vivo.
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Fotografía: Rhendi Rukmana
2 comentarios
Pues yo lo tengo claro: todo depende de para qué. Me explico. La edad ideal para empezar a sentir son los 20-22 años. La edad ideal para independizarse, los 25. El momento perfecto para tener hijos, los 30. Y la edad ideal para tener una crisis profunda a nivel personal y laboral, los 40. A partir de ahí, te lo contaré cuando vaya cumpliendo años, pero de momento, cada etapa de mi vida ha sido la perfecta para aprender y vivir.
Bastante de acuerdo