La depresión posvacacional no existe. (Son los padres).
A ver, que no sé si es un mito o realidad, que no tengo ni idea de si a la vuelta de las vacaciones se le puede otorgar categoría de depresión, así, con todas las letras, pero que algo hay… algo hay.
A ti, que lees este primer texto después de las vacaciones, que aunque te haya tocado trabajar algunos días de agosto lo has llevado con dignidad, te hago la pregunta: ¿te deprime septiembre?, ¿no te parece que todo llega demasiado de golpe?, ¿no tienes esa sensación de que estabas profundamente dormido y que, de pronto, alguien te apremia para que te despiertes, te levantes de la cama en «cero coma», te vistas, desayunes rápido y te pongas en marcha (otra vez a correr, otra vez los atascos) en un suspiro?
Más o menos eso es lo que se siente cuando se terminan las vacaciones.
Dicen que la vuelta al tajo (al quehacer, a la brega, a la faena) es el punto de inflexión para que se disparen las tasas de divorcios, para que se rompan una morterada de parejas: que si demasiada convivencia en vacaciones, que si demasiado intensa, que si escasa tolerancia a las discusiones… que si vete tú a saber si este síntoma no es uno más de la depresión posvacacional.
Quienes no tienen depresión posvacacional
Me pregunto si aquellas personas que disfrutan de sus vacaciones de una forma diferente a la mayoritaria en nuestro país (a lo mainstream, leí el otro día en un diario; y Cervantes se revolvió en su tumba) sufren de la depresión posvacacional.
Por ejemplo: quienes se van de vacaciones en un mes “raro”, en mayo (incluso junio) o en septiembre u octubre. Estos no han de padecer —presupongo— ningún tipo de decaimiento o desánimo tras disfrutar de su descanso. Quiero decir: se han armado de valor para poner en blanco sus mentes, aguantar la respiración y pasar julio y agosto. Son fuertes.
¿Y quienes disfrutan de las vacaciones “a saltitos”? Ahora una semana, dentro de quince días otra, una más para finales de agosto y la última en octubre. Tampoco se deprimen. O eso creo. Tienen el estómago a prueba de bombas con tanta subida y posterior caída libre. Sus biorritmos ya han dado la vuelta al cuentakilómetros varias veces.
Mi homenaje final es para quien no tiene vacaciones. No han podido tomarlas por alguna razón (mi solidaridad para aquellos compañeros y compañeras de Loyola que se han currado la mudanza a nuestro edificio nuevo y se han quedado sin vacaciones) o, peor aún, no pueden permitírselo.
A todos estos, seguramente, se la refanfinfla nuestra depresión posvacacional.
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Foto: photosforyou / Pixabay
2 comentarios
Los hay también que tenemos la suerte de tener unas fiestas patronales del 23 al 30 de septiembre, así que la rutina nos llega el 1 de octubre. Tampoco se lleva tan mal pensando que semana y media más tarde es festivo y en un mes también. Un mes (noviembre) de trabajo intenso y ya estamos con las navidades. Además, como mi amigo Beatriz, yo soy de los “a saltitos” y siempre intento guardarme una semana para hacer algún viaje europeo. Así que no sé cómo se llama la depresión que llega el 8 de enero, pero ya hablaremos cuando llegue.
¡Eso es suerte!