Uno de los cómics de los maravillosos Asterix y Obelix se titula La cizaña. No es de los más conocidos, pero a mí es uno de los que más me gusta desde niño. En este número los romanos, desesperados porque no lograban vencer a esa pequeña pero irreductible aldea gala, prueban con una nueva “arma”: Perfectus Detritus, una persona despreciable, capaz de sembrar el odio y la desunión en el grupo más cohesionado. Viñeta a viñeta, este personajillo logra enfrentar a familias y amigos, labra la desconfianza, alienta la desunión.
En el mundo real tenemos también, todos lo sabéis, a nuestros Perfectus Detritus particulares. La verdad es que es un tipo de persona que siempre me ha generado curiosidad (además de desprecio, claro). Cuando digo “curiosidad” me refiero a que es bastante difícil de entender para mí qué tipo de recompensa, qué clase de satisfacción sacan de sembrar la discordia, de hablar mal de unos y otros a discreción, qué placer les genera enchufar el ventilador y desperdigar toda la mierda sin control. Porque, sin pretender ser simple o frívolo, comprendo el mal dirigido a obtener alguna recompensa tangible (aunque sea moralmente reprobable, claro). Por ejemplo: el tipo que roba unas zapatillas en una tienda de deporte hace un daño para conseguir un premio, en este caso, las zapatillas. O el niño que le quita las chuches a su compañero de pupitre. O el que hace trampas al mus. No he querido poner ejemplos más extremos porque no es ese el motivo de mi texto de hoy y exigiría una reflexión más sesuda.
Pero los cizañeros (hombres y mujeres), los que hablan mal de unos y otros sin ton ni son, los que parece que siempre tienen la última -mala- noticia del día, esos son un misterio para mí. Cuántas veces sus comentarios malévolos no tienen ningún tipo de recompensa para ellos o ellas, no significan un ascenso en el trabajo, ni tampoco ganar más dinero o ligar más, no “sirven” (si se me permite la expresión) para nada: hacen el mal de forma gratuita. Imagino que habrá un mecanismo psicológico interno, un impulso irrefrenable que les impele a criticar, a no ver a nadie digno de su respeto, a detectar la imperfección o el error millones de segundos antes que cualquier otra característica positiva que los demás pudieran tener. Seguramente, los y las sembradores de cizaña no lo ven así, y pensarán que son los guardianes de la pureza, la moral o vete tú a saber qué.
A corto plazo, el daño que hacen es grande, eso es fácil de adivinar. Si además sus mensajes emponzoñados llegan a los oídos de alguien corto de miras, escasa inteligencia o, simplemente, que se deja influir por los comentarios de estas personas, las consecuencias son nefastas. Afortunadamente, en la mayoría de las ocasiones sucede con ellos y ellas lo mismo que con la planta que da nombre a sus acciones: que la cizaña crece sin control ni patrón premeditado. Al final, más pronto que tarde, en el trabajo, en el grupo de amigos o en cualquier otro contexto, los demás acaban hartos de esta gente tóxica, de su cara de vinagre, y se alejan todo lo posible para no ser alcanzados por los restos del ventilador en marcha.
Lo que sucede es que eso, inexplicablemente para mí, tampoco significa que estas personas se paren a reflexionar sobre su manera de actuar, sino que más bien les refuerza en su idea de que los demás son imperfectos o estúpidos, y entonces aumentan la temperatura y el alcance de sus comentarios negativos y malintencionados. Y volvemos a empezar.
COLA: En el cómic de Asterix y Obelix, los galos vencen también a la amenaza romana personificada en Perfectus Detritus. Y esta vez no lo hacen con la poción mágica, no usan la fuerza. El cariño y el respeto que se profesan fue un antídoto suficiente y eficaz para eliminar la cizaña.
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2 comentarios
Perfectus Detritus en realidad está inspirado en Pablo Manuel Iglesias 😉
De esos conozco yo a unos pocos!!!!