Algo hay en la estética japonesa que no se relaciona con las modas pasajeras. Hay algo (mucho) de su belleza que es inefable, porque se aleja de la gran mayoría de los cánones occidentales que tan acostumbrados estamos a reflejar en el arte, en las cosas, en la vida: la simetría, la regularidad o lo eterno, por nombrar algunos.
Para el japonés la estética es filosofía de vida, así que huir de la ostentación, maravillarse con lo efímero o admirar la naturaleza con todas sus imperfecciones no son solo criterios decorativos, son valores arraigados en su identidad.
Frente al gusto occidental por la armonía, el equilibrio o la simetría se sitúa el placer japonés por lo imperfecto. La idea del wabi-sabi se refiere precisamente a esto, a la belleza de lo (aparentemente) tosco, de lo irregular (los jardines japoneses), de lo inacabado. Como dice Murakami en Kafka en la orilla:
«Y es que hay obras que poseen cierto tipo de imperfección que cautiva el corazón de las personas justamente por eso, por ser imperfectas».

La belleza de lo efímero
Junto a la admiración por lo imperfecto está la fascinación por lo efímero. La belleza de lo fugaz se denomina mujo, y tiene mucho que ver con la idea del budismo de que «toda existencia está sujeta al cambio», que todo es transitorio.
Así se explica la afición de los japoneses por la efímera belleza de los sakura o cerezos en flor o, como explican en Suki Desu, que no les importe «dedicar horas a organizar un plato que desaparecerá en dos bocados».

La belleza de lo sencillo
Pero si hay algo que me resulta sorprendente (y hasta contradictorio) es la obsesión japonesa por lo sencillo. Rectifico: la obsesión por simular que las cosas (así, en general, «las cosas») son sencillas. Un pueblo tan complejo que dedica mucho tiempo a buscar la sencillez. Sorprende.
Es la suya una sencillez perseguida, claro, una simplicidad que supone un importante esfuerzo para que parezca algo espontáneo (ellos, que son lo opuesto a la espontaneidad).
Y digo yo que hay algo (mucho) de admirable en esa idea tosca, sencilla y fugaz de la belleza.
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