Se hace raro caminar por una página en blanco. No hay camino. No hay señales. Solo allí, al fondo, veo mi tren. No sé por qué me subo a este tren. Eso lo averiguaré cuando se escriba la novela. Y ahora qué hago… ¿subo? Toda la tripulación del Transcantábrico está a la puerta, sonriente, dando la bienvenida a los pasajeros. Ese chico es guapo. “Dani”, dice la chapa que tiene prendida en el pecho. Demasiado joven. Veo un cura (¿qué hace un cura en un viaje tan caro?), varias señoras mayores, un tipo nervioso con el pelo cano, un par de hombres que hablan en alemán. ¡Ah!, al fondo veo reírse a algunas chicas de mi edad. Creo que deben estar cerca de los treinta. No sé por qué he dicho “de mi edad”, si voy a cumplir 36 en agosto. Irene, madura ya. Esto tiene pinta de aburrido. No sé, no podría deciros si el mundo de la novela es en color o en blanco y negro. Solo soy un personaje más y todo esto está por escribir. Quizá nunca debí subirme a este tren.
2 comentarios
[…] Irene es sincera. Es más transparente de lo que cree. Dani, en cambio, es mentirosillo, pero nada grave. Él sí. Él sí es un profesional de la mentira. Los mejores mentirosos miran siempre a la cara de sus interlocutores. Pero yo lo voy a descubrir antes de que termine el viaje. […]
[…] que tengo muy currados a mis personajes y muy claras algunas localizaciones (os he presentado a Irene, a Dani, a César, al cura; os he hablado también del hotel en el que empieza […]