En el año 2004 murió mi abuela Marga. Era la última que me quedaba. Tuve que recoger sus pertenencias, vaciar su casa, borrar muy a mi pesar los restos materiales de una vida. Rescaté en aquel momento algunas fotos y algunos papeles que mi abuela guardaba con celo, por aquello de no tirar nada «por si un día lo necesitamos».
Esos papeles (actas de nacimiento, libro de familia y algunas cosas más) contaban historias que yo, en algunos casos, desconocía. Por ejemplo, ahí descubrí que mi abuela tenía dos nombres, el que todos conocíamos, Margarita, y un extraño segundo nombre que jamás usó, pero que debía de tener un porqué: Galaplacidia.
Los seres humanos tenemos una memoria familiar muy corta. Lo más probable es que muchas de las personas que me leéis no hayáis conocido a vuestros cuatro abuelos. Quizá alguno con suerte ha llegado a los últimos años de la vida de un bisabuelo o una bisabuela. Si preguntáis a vuestros padres por su genealogía, por su pasado familiar, comprobaréis que los recuerdos se desvanecen, que aparecen mezclados, confusos y, en ocasiones, constataréis que esos recuerdos ni siquiera existen.
De esa forma algo casual, a partir de unos papeles y con el acicate de mantener vivo el recuerdo de mi abuela, comencé a investigar mis antepasados, a construir mi genealogía.
Cómo empecé mi árbol genealógico
No quiero en este artículo hablaros de los pasos que hay que seguir para sembrar y alimentar un árbol familiar. Eso lo haré la semana que viene en una nueva entrada. En ella os daré detalles y , si queréis, responderé a vuestras preguntas a través de los comentarios. Hoy solo quiero contaros cómo empecé yo.
Empecé siguiendo el rastro más sencillo de seguir, el de los papeles que pueden estar a mano en cualquier casa: actas de nacimiento, de matrimonio o de defunción y el libro de familia. Lamentablemente, los documentos civiles tienen un horizonte temporal muy corto: solo hay Registro Civil en España desde 1870, así que para conocer los detalles de fechas y lugares de nacimiento, matrimonio o defunción anteriores hay que acudir a los archivos eclesiásticos y otras fuentes.
Hay otra cosa que podéis hacer para empezar a descubrir vuestra historia familiar: hablar con vuestros mayores.
Si todavía tenéis a algún mayor entre vosotros en buena forma, aprovechadlo. Hablad con él o con ella, pedidle detalles de su infancia, de quiénes eran sus padres y abuelos, de su origen, de dónde trabajaban. Tirad del frágil hilo de la memoria para que hablen de sus ascendientes, de sus orígenes, de lo que tuvieron que hacer en la vida para salir adelante. Apuntad todas esas historias (si podéis, grabadlas en audio o en video, que quede un testimonio que vuestros hijos puedan heredar). Este es el primer paso.
Yo comencé como os estoy contando, y a día de hoy tengo recogidos más de mil antepasados directos. Pensad que tenemos 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos… Nuestros antepasados crecen exponencialmente.
Lo que me ha dado la genealogía
Lo que empezó siendo una simple curiosidad ha terminado siendo una afición.
He hecho viajes por toda España siguiendo la pista de mis antepasados, en una suerte de «turismo genealógico». He aprendido a consultar distintas clases de archivos, a interpretar las anotaciones en un documento a la luz de una época concreta; he comprendido que la vida hasta hace nada era algo muy frágil, y que la cantidad de niños que morían por distintas causas al nacer hace apenas 100 años era escandalosa.
He descubierto algo muy interesante de mis antepasados Plaza: en un determinado momento dieron el salto a Salamanca desde la vecina Zamora, pero antes llegó un Plaza a una recóndita comarca zamorana nada menos que desde Guadalupe, Cáceres. Fue enviado allí, con toda probabilidad, por la orden de los Jerónimos, para ser el montaraz (preciosa palabra) de una finca ganadera que en siglo XIX funcionaba de una forma modélica por sus técnicas de explotación y por el trato a sus trabajadores.
Y, sobre todo, he aprendido que la historia la escribe la gente sencilla, que mis antepasados, la gran mayoría de origen humildísimo, eran el reflejo de aquella sociedad española. Como dice Jaime de Salazar en su libro «Manual de genealogía española», hay que abandonar la idea tradicional de escribir las biografías de los triunfadores y no la de los miembros más modestos de una familia.
En fin, que si tenéis el gusanillo de saber quiénes fueron vuestros antepasados, probad a empezar por lo más sencillo. En la próxima entrada os explico alguna cuestión práctica que puede ayudaros a avanzar en vuestras pesquisas.
La semana que viene continúo explicando cómo empezar un árbol genealógico. Si quieres saber algo concreto, deja un comentario. ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, suscríbete!
5 comentarios
Gárgamel
🙂
[…] y, en concreto, sobre qué software emplear para empezar a hacer vuestro árbol genealógico. En el primer artículo de la serie os hablaba de las circunstancias que hicieron que yo comenzara a hacer investigación […]
[…] otras entradas del blog he escrito sobre cómo me inicié en la genealogía, expliqué cómo empezar un árbol genealógico o qué herramientas tenemos a nuestro alcance para […]
[…] Ya he explicado que el comienzo más sencillo es el Registro Civil y después todos los registros eclesiásticos. Los libros de bautismo, matrimonio y defunción suelen aportar información interesante de una persona en concreto, pero también de sus padres y, a veces, de sus abuelos. De ahí se puede tirar de un hilo que te va llevando más y más lejos. […]