No tengo ningún recuerdo de esta foto.
Ahí está. Es ella, ella con el pelo corto. Creo que se lo cortó justo antes de… sí, me parece que se lo cortó. En la siguiente, ella otra vez: esos ojos grandes y oscuros, la nariz chata, el pelo tan corto que apenas tiene un dedo de melena.
Retrocedo: una, dos, tres, cincuenta fotos. Un año antes, lo pone en la información de la fotografía: «26 de abril de 2016, 14:32, imagen tomada con un Iphone». Ahí todavía tiene el pelo largo y recogido. Me gusta más con el pelo corto, pero ella no lo sabe, nunca se lo he dicho. Aquí sale con otras chicas de su edad, compañeras de trabajo. Sí, esto es una comida de empresa. Ninguna le hace sombra. Ninguna. Las ha etiquetado: Mamen, Miriam, Mila. Las tres emes deberían llamarlas, quizá ya se le ha ocurrido a alguien antes este calificativo.
Ella no se ha etiquetado. Para qué. Son sus fotos. Sus fotos en el Ipad.
No sé por qué me paro en esta. Me duele verlos juntos. Pellizco la foto, la hago más grande, me fijo en sus rostros sonrientes, mejilla contra mejilla, la mano de él rodeando su cintura; ella mirando a cámara, radiante. La barba de él tiene un color pajizo. Sus gafas, modernas, sus ojos azules. Un hipster, lo llaman ahora. Pero él no ve lo que veo yo, él no la mira como lo hago yo.
Aprieto los dedos hasta que me duelen las articulaciones, hasta que los bordes del Ipad se clavan en mi mano.
Desde esta hacia delante todas son fotografías de un viaje, al Caribe; México, quizá República Dominicana. Una imagen tras otra en la playa de arena blanca: biquinis de flores, pareos al viento inexistente en un paraíso de tonos azules, turquesas, de atardeceres violetas. Dos cuerpos, sus cuerpos.
Decido borrarlas, eliminar todos esos recuerdos. Comienzo con parsimonia, para después acelerar el proceso y terminar con todas, con la mayoría al menos, porque dejo las fotos en las que está ella sola, eterna, palpitante, rebosante de felicidad. Se va a enfadar, se disgustará por lo que he hecho. O quizá no, quizá ya no esté con él.
Cierro los ojos y fantaseo durante unos segundos con que le haya pasado algo, o le haya sido infiel y entonces ella lo haya dejado. Sueño que puedo volar, la encuentro entre la multitud, en el paseo, vagando sola, perdida, y le ofrezco tomar un café, o un batido con fresas (sé que le gusta, vi cómo lo tomaba en aquella foto con sus padres) y me abraza, todavía dolida, me abraza como un anticipo de lo que podría ser.
Mi fantasía se difumina, se desvanece entre las sombras. Abro los ojos y descubro que ha caído la tarde, apenas veo ya la pantalla. Me dispongo a subir el brillo del Ipad, y entonces surge de la nada un aviso fatal.
Un 2% de batería. Se va a apagar. No puedo cargarlo. Tengo que encontrar otro Ipad. Otro Ipad con fotos.
3 comentarios
Una historia interesante, sobre todo, cuando llegas a la última línea. Esto… ¿? ¡Buena historia!
Gracias!!
Me encanta la historia, pero se me ocurre otro final…