Cuenta Elvira Lindo que desde niña está entrenada para atender a conversaciones que no le interesan. A ejercitar la paciencia para escuchar sin protestar, asistiendo con abulia —pero sin queja—, por ejemplo, a profundas disquisiciones futbolísticas.
Podríamos decir que las personas con esta capacidad de mantener vivo el fuego de la comunicación son algo así como conductores eléctricos vivientes. La energía —la charla que no les interesa— circula tranquilamente por ellos; se erigen así en facilitadores de la conversación, a la vez que evitan los cortocircuitos.
Soy consciente de que jamás podría ser uno de estos.
No estoy programado para mantenerme callado, para no participar de una conversación o, más difícil aun, para asentir con toda gravedad cuando un interlocutor afirme algo estúpido, vacío o, simplemente, irrelevante.
Es posible que estas personas que escuchan sin pestañear solo pretendan ser corteses, que les resulte insoportable la idea de abandonar abruptamente una tertulia, de consultar su teléfono para entretenerse o, simplemente, de mirar al techo y demostrar su indiferencia.
Pero hay otra clase de personas, hombres y mujeres —ay, que me irrito— que no tiene alma. Ni un pelo se me ha movido diciendo esto. Ya sabéis: esa gente que asiste a una reunión tras otra y nunca nunca nunca aportan nada. No tienen ideas. No sienten ni padecen. No expresan disconformidad ni adhesión.
Nada.
Hielo.
Pasotismo.
Vacío.
Son personas entrenadas para escuchar sin protestar. Sin un latido de más.
¡Eh! ¡Si te apetece, deja un comentario! ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, suscríbete! Foto: Kevin Curtis / Unsplash
2 comentarios
Yo añadiría: individualismo; egoísmo; hipocresía.
[…] Pero sobre todo, sobre todo, los volcánicos no soportan a los pasivos. […]