Una de las cosas que más me gustaba de pasar el fin de semana con mi abuela Marga era enhebrarle la aguja.
A mi abuela, como probablemente a todas las abuelas de una generación, le encantaba coser. Hacía verdaderas obras de arte. Y si era su nieto el que le ayudaba a introducir el hilo por el ojo de la aguja, pues claro, todo salía mejor.
Desde que tengo memoria mi abuela Marga se quejaba de que le fallaba la vista, ella que siempre la había tenido prodigiosa, y aunque sabía que al final sería yo quien enhebrara la aguja, ella iniciaba el ritual, que empezaba por retorcer el hilo para hacerlo más fino y facilitar así que entrase por el agujero.
Tres o cuatro intentos fallidos después y algún que otro chasquido de lengua para maldecir su suerte y dejar patente lo cruel que era el paso del tiempo siempre terminaban con un «hijo, prueba tú», seguido de un «increíble, lo has logrado a la primera».
A media mañana abandonaba la costura y se iba a la cocina, no siendo que se le echara encima la hora de comer y no le diera tiempo a hornear la carne rellena de jamón, aceitunas y huevo duro —y, solo a veces, unos poquitos de piñones, que eran muy caros—.
Fue mi abuela Marga quien me mostró los primeros trucos de la cocina y también quien me enseñó a jugar al tute. Una partida tras otra dejándome ganar, anotando palitos en un papel para no olvidarme de que había cantado las cuarenta o que me llevaba las diez de últimas.
A veces, cuando ella salía a hacer algún recado y me dejaba solo en su casa —son mis primeros recuerdos de algo parecido a la libertad— aprovechaba para abrir los cajones, colgarme el reloj de mi abuelo con su leontina dorada, ver las fotos de mi madre y mis tíos de niños, revolver en los paños bordados con mimo buscando, qué se yo, toparme con algo maravilloso y secreto.
Cuando abandonaba la esperanza de desvelar ningún misterio familiar, entonces abría el costurero y entrenaba con el hilo y la aguja para que en la próxima ocasión en que mi abuela me pidiera que se la enhebrara, yo acertara, como siempre, a la primera, y ella bordase, orgullosa, mis iniciales en un pañuelo.
¡Eh! ¡Si te apetece, deja un comentario! ¡Y si quieres recibir las actualizaciones del blog, SUSCRÍBETE!