El optimismo
Qué poco necesitamos los seres humanos para agarrarnos a la esperanza. Ha sido abrir una rendija de la puerta (y esto es casi literal) y ha entrado la luz a borbotones en toda la casa. Ha bastado una primera medida de relajación del confinamiento —permitir a los niños salir a pasear— para que, de pronto, el optimismo se dispare.
Las consecuencias de pasar de cero a cien, en la vida y en los confinamientos, suelen ser desastrosas: relajamos nuestro nivel de alerta, nos emocionamos sin control y volvemos para atrás, con lo que nos había costado conseguir avanzar.
Qué mierdas digo, ¡¡yo también estoy deseando salir!!
La desconfianza
Creo que no hay espécimen más peligroso para sus congéneres que los/las miedosos/as. Me refiero a los que rayan lo patológico porque, es obvio, miedo sentimos todos alguna vez. Esos que siempre ven peligro y transmiten su inseguridad a los demás (a sus hijos), que suelen detectar conspiraciones y también agravios donde no existe ni una cosa ni la otra. Esos suelen tomar decisiones erróneas apretados por su temor, y con frecuencia se llevan por delante a otros porque no reparan en límites cuando de liberar su angustia hablamos.
Primos hermanos de los miedosos son los desconfiados: hoscos, temerosos en nivel naranja casi rojo, con ellos parece que sí pero al final siempre es no. Estos van a hacernos la vida muy difícil cuando volvamos a trabajar (de forma presencial, digo). Como caigas en el mismo lugar con un desconfiado y un super optimista irresponsable…
La libertad
Este tiempo de aislamiento nos ha servido —a la fuerza— para muchas cosas: ponernos al día con cosas que habíamos dejado aparcadas, leer, acercarnos —o alejarnos, que de todo hay— a nuestras familias y, por supuesto, darle muchas, muchas vueltas al coco.
Creo que de todo lo que he pensado lo que más veces ha aparecido es la idea de libertad. Así, sin anestesia, la libertad, como concepto. La libertad de movimiento, of course, pero también de pensamiento, de decisión, la libertad como un mar que lo arrasa todo. La libertad.
Y en estas estaba yo, profundo, cuando pensé en que la libertad no es gratis, y me acordé de una frase (perdonad, no recuerdo de quién) que decía algo así como que el precio de la libertad es la vigilancia eterna.
Ahí lo dejo. Para que le deis vueltas.
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2 comentarios
La frase de es Thomas Jefferson, querido amigo, y Graham Greene la usó como epígrafe en alguna de sus novelas…
Jefferson pues… y nuestro amigo Greene