Una mañana llegó a mi casa y se sentó a la mesa, como tantos domingos. Le gustaba comer en familia, aunque apenas probara bocado de algunas cosas y se llenara el plato hasta arriba de ensalada. Decía que había que cuidar el cuerpo, que el suyo ya estaba viejo y no quería castigarlo más. También ejercitaba la mente: mucha lectura, toda la que no pudo tener en la escuela a la que no fue (la abandonó en primaria, como tantas mujeres de comienzos del siglo XX) ni tampoco después, en la España de la posguerra.
Esa misma mañana, cuando estábamos ya en los postres, nos contó algo que nos hizo reír a todos, inconscientes o, quizá, ignorantes de las malas pasadas que juega a veces la cabeza, nuestra mente:
—«No os los vais a creer, vais a decir que estoy tonta, pero hoy he visto una serpiente en el cuarto de baño».
—«Abuela, eso es imposible. No llevarías las gafas», dijo alguien, quitándole hierro al asunto.
—«Claro, hijo, ya sé que es imposible. Eso es lo que me asusta: que la he visto y sé que no puede ser».
«No os los vais a creer, vais a decir que estoy tonta, pero hoy he visto una serpiente en el cuarto de baño». Clic para tuitear
En octubre se cumplirán 13 años desde que mi abuela Marga falleció, sin que nunca supiéramos a ciencia cierta qué le pasó a su cabeza. Una mezcla de varios tipos de demencias y, quizá, de Alzheimer, enfermedad de la que se celebra (¿celebra?) el Día Internacional del Alzheimer todos los 21 de septiembre.
Desde aquel día, el de la serpiente en el baño, sucedieron más episodios de confusión, pesadillas en las que estaba despierta, olvidos cada vez más peligrosos para seguir viviendo sola y un día, de pronto, un deterioro físico supersónico de una mujer que no había sufrido más que tres catarros en 80 años.
Luego vino la residencia para que estuviera siempre bien atendida, el sentimiento de culpa por dejarla allí (mi madre jamás dejó de pensar que la abandonaba, aunque no fuera así en absoluto), las visitas en las que ya no era capaz de decir cuál era mi nombre, los recuerdos que, de pronto, sin llamarlos, volvían a su mente mezclados con ensoñaciones…
De esa experiencia de los últimos años aprendí mucho. Las visitas a la residencia, terribles muchos días, me hicieron pensar en lo que eran aquellas personas, en lo que fueron, en los que somos. Y de ahí surgió un pequeño relato, «La planta cuarta», que aquí os dejo para todos aquellos que os apetezca leerlo.
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5 comentarios
9 anos viviendo con el olvido de mi padre! Es triste ver a tu madre día tras día acompañando a su marido en ese camino de amor verdadero que ya no recuerda.
Precioso, conmovedor
Dura realidad de muchas familias en estos momentos, dificiles decisiones, pero tus palabras mas sinceras y con un cariño inmeso que seguro hacen inquietarse a la mayoría de los corazones. Me ha encantado, zorionak!
¡Abrazo grande!
[…] de las cosas que más me gustaba de pasar el fin de semana con mi abuela Marga era enhebrarle la […]