Día 1. Apenas llevo unas horas confinado.
En realidad, es una exageración decir que estoy «confinado». He bajado a tirar la basura, a comprar el pan. Han traído a casa dos paquetes de Amazon.
Cuando escribo esto están —todavía— todos los comercios abiertos. Sí, he vivido algún episodio de histeria colectiva —esas imágenes de gente llenando los carros de la compra, terminando con las existencias de papel higiénico—. En Sevilla han cerrado los parques. Acaban de dictaminar que se suspende la Semana Santa. No sé qué pasará con la Feria de Abril.
Si tuviera que describir cómo me siento, diría que estoy «desajustado». Las noticias de la tele son alarmantes, pero sé que no debo alarmarme. No voy a ir a trabajar por un tiempo —no sé cuánto—, pero a la vez estoy conectado casi el día entero al correo electrónico. Sigo haciendo cosas en el ordenador.
No estoy nervioso, pero sí preocupado. O, mejor, desajustado. Y solo ha pasado un día. Un mísero día.

Algunos comportamientos extremos —los que dicen «no pasa nada» y los que creen que es el fin del mundo— me recuerdan muchísimo a The Walking Dead. No, no me refiero a que caminemos indefectiblemente hacia un apocalipsis zombi. No es eso. Tiene que ver con cómo se redifinieron las relaciones interpersonales y también las sociales cuando en esa serie de televisión un virus despertó a los muertos. Calcadito a la realidad que estamos viviendo.
En España no tiene mucha pinta que vayamos a aprender de esta pandemia, de este real apocalipsis sin zombis. Más o menos todo es igual que antes: políticos que reprochan cosas a otros con escasa lealtad —aunque en otras ocasiones ellos mismos hubieran dicho o hecho justo lo contrario que lo que ahora defienden—, ciudadanos que no ejercen de tales por su escasa responsabilidad… Y los débiles. Esos siempre están jodidos: los pobres, los ancianos, los que no tienen hogar, los parias, los que no quiere nadie.
No olvidarnos del futuro es lo más parecido a la esperanza. Clic para tuitearPasar todos todas las horas en casa también me preocupa. Hay que estar a la altura y tener paciencia. Hay que comprender que los niños necesitan desfogarse y no van a poder. Y, sobre todo, los adultos tenemos la obligación de no dejar de pensar en el futuro, en que después de esto hay que seguir viviendo, en que lo de hoy no es un episodio aislado, anecdótico, un hecho aislado, una agujero en la historia.
No olvidarnos del futuro es lo más parecido a la esperanza.
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3 comentarios
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[…] en lo que vendrá después. Es, diría yo, necesario. Hemos ido pasando por distintos estados —incredulidad, miedo, conciencia, dolor— y ahora toca mirar más allá, proyectar nuestro futuro inmediato, […]
[…] esta serie de artículos de confinamiento un 14 de marzo, sábado. Algo desajustado me encontraba ese día. Una semana después empezaba a ser consciente de las pérdidas: de las cercanas, de las lejanas. […]