Creo que la primera vez que jugué a Beso, verdad o atrevimiento tenía 11 años. Como casi siempre sucede en esas lides, fueron otros chicos mayores los que reclutaron a los más pequeños para formar un grupo de entre 12 o 14 personas.
«Ya habéis jugado a esto, ¿verdad?», nos dijo el que hacía de jefe, un chico alto y con flequillo rubio del que no recuerdo su nombre (¿Javi, Jaime, Jorge?).
«Sí, sí, claro», contestó mi colega del barrio, dándome un codazo para que me callara cuando vio que yo iba a decir la verdad: que no tenía ni idea de cómo se jugaba a aquello.
La primera tentativa fue un fracaso. El líder (el tal Javi, creo que sí, que se llamaba así, Javi) decidió que debíamos ser un número par para jugar, y que si no era así no había quórum. Como Miriam se tuvo que marchar a última hora, no se cumplió la exigencia de Javi, el chulito del flequillo a quien nadie llevaba la contraria.
Aquel día, lo recuerdo perfectamente, cambiamos Beso, verdad o atrevimiento por jugar a Policías y ladrones. Bendita inocencia.
Creo que la primera vez que jugué a «Beso, verdad o atrevimiento tenía 11 años» Clic para tuitear
Miriam tenía el pelo corto, media melena. Era hija de un militar de aviación que cuando terminaba de trabajar se pasaba por el parque a dar un beso a su hija mayor. Cuando él llegaba, todo se paraba. Si estábamos jugando al fútbol (recuerdo que Miriam era muy buena, tenía una potencia de disparo asombrosa), el partido se detenía para que ella saliera corriendo a abrazar a su padre, que aparecía de la nada en mitad del parque, con su uniforme azul oscuro y su bigote fino.
Después de saludar a su hija, se nos quedaba mirando sin decir nada, y esos segundos de silencio se hacían eternos, porque en aquella infancia de los 80 no se podía parar, detenerse era morir.
Así que el padre de Miriam se quitaba con parsimonia la gorra, la ahuecaba con la mano y después nos miraba a todos, para acabar diciendo: «Chicos, portarse bien». Y se daba la vuelta para dirigirse a su portal, un portal amplio y fresco en el que apenas un año después, antes de marcharse a Murcia, donde habían destinado a su padre, Miriam me besó por segunda vez en los labios y me juró que nunca se olvidaría de mí.
No tengo ni idea de dónde sacó Javi aquella botella de champán. Quizá no era de champán, quizá era de vino barato. El caso es que el primer día que jugamos a Beso, verdad o atrevimiento, Javi reunió a todos los que estábamos en la plaza y a los que estaban algo más allá, en el parque, y nos dijo que había llegado el momento: éramos pares y, además, la mitad eran chicas y la otra mitad chicos.
Los astros eran propicios.
La botella dio vueltas y entonces…
Nos sentamos en círculo sobre la hierba del parque, en un lugar algo apartado de las miradas de los mayores. Él era el líder (maldito chulo) y, por tanto, era inmune. Por supuesto, no sabíamos qué significaba eso, pero nos quedó claro después de explicarnos las reglas que básicamente significaba que él haría lo que le viniera en gana.
«Lo mejor para aprender es que juguemos una ronda», dijo soplando el flequillo que le caía sobre los ojos.
Hizo girar a botella en el centro del corro, que dio vueltas hasta que se detuvo, apuntando a uno de los chicos mayores.
«Escoge: beso, verdad o atrevimiento», le apremió Javi.
El otro optó por «atrevimiento», y entonces Javi le puso una prueba, no recuerdo cuál, pero seguramente consistía en llamar al telefonillo y decir que era el lechero, o quizá entrar en la librería de Hilario gritando como un poseso para asustar a los clientes.
En aquella infancia de los 80 no se podía parar, detenerse era morir Clic para tuitearLa botella giró todavía varias veces sin que yo participará en el juego, hasta que en una ocasión se paró y apuntó a Miriam. Cuando Javi le ofreció las tres opciones, ella escogió «beso».
Javi asintió, complacido de que, por fin, alguien tuviera los redaños de ofrecer un beso (un beso de los 80). Paseó su mirada de un lado a otro del círculo, escogiendo con mimo su víctima, porque todos los chicos de ese círculo sentíamos una vergüenza extrema ante la posibilidad de que una chica nos besase, y ese temor solo era comparable a nuestra curiosidad.
«Tú, pringao», dijo Javi (Javi el chulo, Javi el dictador) apuntándome.
Y ella eligió «beso»
Y entonces Miriam se levantó rauda de su sitio, se acercó a mí y me besó en la mejilla.
«En la cara no, en la boca», ordenó Javi (maldito Javi).
Sus labios apenas rozaron los míos, porque al instante escuchamos la voz templada y firme de su padre, el aviador, que la llamaba desde el otro lado de la plaza.
Miriam salió corriendo sin volver la vista atrás, abrazó a su padre y le regaló un beso, mi beso, que se había quedado a medias, en el limbo de los besos de los años 80.
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Fotografía de Nathan Walker
1 comentario
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