Estoy angustiado. Creo que he perdido mi tren. He perdido muchos trenes. En mi vida, digo. No estoy seguro de haber aprovechado mi oportunidad; miS oportunidadesS, en plural. Porque ha tenido que haberlas. O eso dicen.
Por ejemplo:
- La chica aquella que se sentaba en la cuarta fila en el instituto —no recuerdo el nombre—. No le dije nunca nada. No supe más de ella.
- Las ofertas de Black Friday que acaba de pasar. Se acabaron. Las desperdicié. ¡Tantas cosas, tantos descuentos!
- Y operarme la miopía, claro. A punto estuve. Ahora ya no puedo porque se me cae la retina o algo así. Es un ejemplo claro —un ejemplo borroso, en realidad; jajaja, el festival del humor, me parto, me troncho— de perder mi oportunidad.
- Más cosas: aprender a relajarme. No sé, yoga, meditación, hacer un simpa, probar una técnica oriental milenaria… Nada. Por una cosa o por otra, pasé de largo.
El caso es que siento esa zozobra, tengo en el pecho una congoja de no haberlo hecho bien. ¿Vosotros no lo oís? ¿No lo veis? ¿Acaso no escucháis el mensaje? «Aprovecha tu oportunidad, no lo dejes pasar, aprovecha tu oportunidad?». ¡Mierda! Otra oportunidad que se ha escapado.
Camino por la calle y en cada comercio me ofrecen una oportunidad. Ahora o nunca. Jamás, never, rien de rien podrás encontrar este producto más barato. La familia, los amigos o simplemente mis conocidos insisten también en ello, me conminan a que me decida ya, a que dé el paso a que… eso, eso es, a que aproveche mi oportunidad. «Que la vida no da segundas oportunidades», dicen.
Pero ¿y si no estoy entrenado para distinguir una oportunidad de lo que no lo es?, ¿y si no es una oportunidad, y si es un ofrecimiento vacuo, una simple técnica de marketing, una frase hecha, un maldito eslogan?
No sé, no lo acabo de ver claro. Demasiadas oportunidades pueden matarte, my friend.