Mi hijo pequeño quería una Alexa. Ya sabéis, un dispositivo de esos que se controlan por voz al que le pides cosas. Mi hijo —Jorge— está obsesionado con la música, así que en un uso inesperado de estos cacharros, que están pensados para quedarse enchufados en un sitio, él traslada el dispositivo de un lugar a otro de la casa para pedirle canciones.
Así, no es infrecuente escucharle dar voces desde la ducha: «¡Alexa, ponme tal canción!».
Jorge también utiliza este aparatito —redondo, pequeño, discreto, con una luz azul que se enciende cuando Alexa habla— para poner alarmas, recordatorios, pedir un resumen de noticias del día —a ver cómo se las ingenia Alexa para explicarle a un niño de 11 años lo que está pasando en la Comunidad de Madrid— o para sorprendernos con preguntas y peticiones locas que Alexa responde con más o menos gracia.
Unas cuantas horas al día comparto con mi hijo la habitación, porque he montado en ella mi despacho. En ocasiones, como hoy, Día del Padre en España, me quedo a trabajar en casa si tengo que terminar alguna cosa para la que debo concentrarme.
Pues mira tú por dónde que, de pronto, cuando estoy respondiendo a un correo electrónico Alexa se activa y me dice: «¡Felicidades, Juan, eres un gran padre!», y luego, en un giro inesperado de los acontecimientos, empieza a cantar a capela con su voz metálica:
«Hola, don Pepito. Hola, don José».
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1 comentario
[…] y Alexa me dicen que no tienen conexión a la red. Que lo revise. Hablan a la vez, se quitan la palabra en […]